viernes, 7 de noviembre de 2014

CARTA DE MARCO TULIO CICERÓN A SU AMIGO MARCO JUNIO BRUTO, SOBRE LA VISITA DE CLEOPATRA A ROMA, EL INMINENTE DESFILE TRIUNFAL DEL DICTADOR CAYO JULIO CÉSAR, Y LOS ÚLTIMOS COTILLEOS QUE CIRCULAN POR ROMA:


Te perderás la celebración de los triunfos del Gran Hombre, mi querido Bruto, allí inmovilizado entre los ínsubros. Afortunado tú. La primera celebración, por la Galia, tendrá lugar mañana, pero yo me niego a asistir. Por tanto no veo razón para retrasar esta misiva, rebosante como está de noticias amorosas y matrimoniales.


La reina de Egipto ha llegado. El César la ha acomodado con todo lujo en un palacio al pie de la colina Janiculana, lo suficientemente lejos río arriba para ver al otro lado del Padre Tíber, el Capitolio y el Palatino en lugar de los burdeles del Puerto de Roma.


Ninguno de nosotros tuvo el privilegio de contemplar el desfile triunfal privado de la faraona cuando llegó por la Via Ostiensis, pero según cuentan iba envuelta en oro, desde las literas hasta la indumentaria.


La acompañaba el presunto hijo de César, un niño de poco más de un año, y su marido de trece años, el rey Tolomeo no sé cuántos, un muchacho hosco y adiposo, sin ningún actractivo y con un saludable temor a su hermana mayor/esposa. ¡Incesto! El juego que practica toda la familia. Ya dije eso acerca de Publio Clodio y sus hermanas en su día. Recuérdalo.


En la comitiva hay esclavos, eunucos, niñeras, tutores, consejeros, secretarios, escribas, contables, médicos, herbolarios, hechiceras, sacerdotes, un sumo sacerdote, nobles menores, una guardia real de doscientos hombres, un filósofo o cuatro, incluido el gran Filostrato y el aún mayor Sosígenes, músicos, bailarines, actores, magos, cocineras, lavaplatos, lavanderas, modistas y varias sirvientas. Naturalmente viaja con todos sus muebles preferidos, su ropa blanca, sus vestidos, sus joyas, sus cofres de dinero, los instrumentos y aparatos de su peculiar culto religioso, telas para túnicas nuevas, abanicos y plumas, colchones, almohadas, cabezales, alfombras, cortinas, biombos, cosméticos, y su propia provisión de especias, esencias, bálsamos, resinas, inciensos y perfumes. Y eso sin contar sus libros, sus espejos, sus instrumentos astronómicos, y su propio adivino privado Caldeo.


Según se dice, su séquito asciende a más de mil personas, así que lógicamente no caben todas en el palacio. César les ha construido una aldea en la periferia del Transtiberim, y los transtiberinos están furiosos. Es una guerra a muerte entre los nativos y los intrusos, hasta el punto de que César ha promulgado un edicto según el cual todo transtiberino que alce un cuchillo para cortar la nariz o las orejas a un forastero detestado será enviado a una de las nuevas colonias, le guste o no.


La he conocido, es una mujer increíblemente altiva y arrogante. Ofreció una recepción para nosotros los campesinos romanos con el beneplácito oficial de César, mandó unas suntuosas barcazas a recogernos cerca del Pons Aemilius y, cuando desembarcamos, nos transportaron en literas y palanquines llenos de almohadones y alfombras de pieles. Nos recibió en audiencia -literalmente- en el amplio atrio y nos invitó a utilizar también libremente la galería. Cleopatra es muy menuda, me llega al ombligo, y eso que yo no soy alto. Tiene un pico por nariz, pero unos ojos extraordinarios. El Gran Hombre, que está encaprichado, los llama ojos de leona. Me produjo vergüenza ajena presenciar su comportamiento con ella: está como un mozalbete con su primera prostituta.


Manio Lepido y yo curioseamos un poco por allí y encontramos el templo. Mi querido Bruto, nos quedamos atónitos. Había nada menos que doce estatuas de aquellos seres, cuerpos de hombre o mujer pero cabeza de animal: halcón, chacal, cocodrilo, león, vaca, etc. El peor era una mujer, con el vientre muy hinchado y grandes pechos flácidos, coronada con una cabeza de hipopótamo... ¡Absolutamente repugnante! Entonces entró el sumo sacerdote -hablaba un excelente griego- y se ofreció a explicarnos quién era cada uno, mejor dicho, qué era cada uno en aquel extraño y desconcertante panteón. Llevaba la cabeza afeitada, una prenda de hilo blanco con pliegues y un collar de oro y piedras preciosas que debía de valer tanto como toda mi casa.


La reina iba cubierta de paño de oro de la cabeza a los pies. Con sus joyas podría comprarse toda Roma. Entonces salió César de algún santuario interior con su niño, que no se mostró nada tímido. Nos sonrió como si fuéramos nuevos súbditos y nos saludó en latín. Debo decir que se parece mucho a César. Sí, fue una ocasión regia, y empiezo a sospechar que la reina pretende engatusar a César para que lo designe rey de Roma. Querido Bruto, nuestra amada República se aleja cada vez más, y esta avalancha de nueva legislación al final despojará a la Primera Clase de todos sus antiguos derechos.


Cambiando de tema, Marco Antonio se ha casado con Fulvia. ¡Ésa sí es una mujer que realmente aborrezco! Seguramente ha llegado a tus oídos que César dijo en la Cámara que Antonio había intentado asesinarlo.


Pese a lo mucho que deploro a César y todo aquello que representa, me alegro de que Antonio fracasara. Si Antonio fuera el dictador, las cosas serían aún peores.


Más interesante aún es la boda entre la sobrina nieta de César, Octavia, y Cayo Claudio Marcelo el joven. Sí, has leído bien. Ha salido bien librado, mientras que su hermano y su primo están en el exilio, despojados de sus propiedades. Así es Marcelo el joven, debo añadir. Esta alianza ha tenido una consecuencia en extremo fascinante que casi me indujo a faltar a mis principios y acudir al Senado. Ocurrió durante una sesión del Senado convocada por César para debatir la primera serie de sus leyes agrarias. Mientras los senadores se dispersaban al final de la asamblea, Marcelo el Joven pidió a César el indulto para su hermano Marco, que sigue en Lesbos. Cuando César se negó varias veces, ¿me creerás si te digo que Marcelo el joven se postró de rodillas y le suplicó? Y ese individuo repelente, Lucio Piso, se sumó al ruedo, aunque no se arrodilló. Dicen que César quedó desconcertado, casi horrorizado. Retrocedió hasta chocar con la estatua de Pompeyo Magno, gritando a Marcelo el joven para que se levantara y dejara de hacer el ridículo. El resultado fue que Marco Marcelo ha sido indultado. Marcelo el joven va por ahí diciendo que se propone restituir a su hermano Marco todas las fincas. No podrá hacer lo mismo con su primo Cayo Marcelo, ya que he sabido que falleció de una enfermedad fulminante. Su hermano Marco volverá a Roma después de visitar Atenas, nos contó Marcelo el joven.


Desde luego, los Claudio Marcelo no son santos de mi devoción, como sabes. Fuera cual fuera la razón de su renuncia al estatus patricio y su incorporación a la plebe, es ya demasiado lejana para conocerse, pero el hecho de que lo hicieran dice mucho sobre ellos, ¿no?



Volveré a escribirte cuando tenga más noticias.

( C. McC. )



2 comentarios:

  1. Te quiero pedir otro gran favor, yo no pongo en duda la veracidad de esta carta, pero al hablar de esto con otra persona me dijo que esto es inventado y tuvimos un gran debate en torno al tema, por esta razon te quiero pedir que me des algun dato como fecha o codigo de clasificacion que corrobore su autenticidad para poder tener argumentos, te agradecere mucho una respuesta

    ResponderEliminar