Te
perderás la celebración de los triunfos del Gran Hombre, mi querido Bruto, allí
inmovilizado entre los ínsubros. Afortunado tú. La primera celebración, por la
Galia, tendrá lugar mañana, pero yo me niego a asistir. Por tanto no veo razón
para retrasar esta misiva, rebosante como está de noticias amorosas y
matrimoniales.
La
reina de Egipto ha llegado. El César la ha acomodado con todo lujo en un
palacio al pie de la colina Janiculana, lo suficientemente lejos río arriba
para ver al otro lado del Padre Tíber, el Capitolio y el Palatino en lugar de
los burdeles del Puerto de Roma.
Ninguno
de nosotros tuvo el privilegio de contemplar el desfile triunfal privado de la faraona
cuando llegó por la Via Ostiensis, pero según cuentan iba envuelta en oro,
desde las literas hasta la indumentaria.
La
acompañaba el presunto hijo de César, un niño de poco más de un año, y su marido
de trece años, el rey Tolomeo no sé cuántos, un muchacho hosco y adiposo, sin ningún
actractivo y con un saludable temor a su hermana mayor/esposa. ¡Incesto! El
juego que practica toda la familia. Ya dije eso acerca de Publio Clodio y sus
hermanas en su día. Recuérdalo.
En la
comitiva hay esclavos, eunucos, niñeras, tutores, consejeros, secretarios, escribas,
contables, médicos, herbolarios, hechiceras, sacerdotes, un sumo sacerdote,
nobles menores, una guardia real de doscientos hombres, un filósofo o cuatro,
incluido el gran Filostrato
y el aún mayor Sosígenes, músicos, bailarines, actores, magos, cocineras, lavaplatos,
lavanderas, modistas y varias sirvientas. Naturalmente viaja con todos sus muebles
preferidos, su ropa blanca, sus vestidos, sus joyas, sus cofres de dinero, los instrumentos
y aparatos de su peculiar culto religioso, telas para túnicas nuevas, abanicos
y plumas, colchones, almohadas, cabezales, alfombras, cortinas, biombos,
cosméticos, y su propia provisión de especias, esencias, bálsamos, resinas,
inciensos y perfumes. Y eso sin contar sus libros, sus espejos, sus
instrumentos astronómicos, y su propio adivino privado Caldeo.
Según
se dice, su séquito asciende a más de mil personas, así que lógicamente no caben
todas en el palacio. César les ha construido una aldea en la periferia del
Transtiberim, y los transtiberinos están furiosos. Es una guerra a muerte entre
los nativos y los intrusos, hasta el punto de que César ha promulgado un edicto
según el cual todo transtiberino que alce un cuchillo para cortar la nariz o
las orejas a un forastero detestado será enviado a una de las nuevas colonias,
le guste o no.
La he
conocido, es una mujer increíblemente altiva y arrogante. Ofreció una recepción
para nosotros los campesinos romanos con el beneplácito oficial de César, mandó
unas suntuosas barcazas a recogernos cerca del Pons Aemilius y, cuando
desembarcamos, nos transportaron en literas y palanquines llenos de almohadones
y alfombras de pieles. Nos recibió en audiencia -literalmente- en el amplio
atrio y nos invitó a utilizar también libremente la galería. Cleopatra es muy
menuda, me llega al ombligo, y eso que yo no soy alto. Tiene un pico por nariz,
pero unos ojos extraordinarios. El Gran Hombre, que está encaprichado, los
llama ojos de leona. Me produjo vergüenza ajena presenciar su comportamiento con ella: está como un mozalbete con su
primera prostituta.
Manio
Lepido y yo curioseamos un poco por allí y encontramos el templo. Mi querido Bruto,
nos quedamos atónitos. Había nada menos que doce estatuas de aquellos seres, cuerpos
de hombre o mujer pero cabeza de animal: halcón, chacal, cocodrilo, león, vaca,
etc. El peor era una mujer, con el vientre muy hinchado y grandes pechos
flácidos, coronada
con una cabeza de hipopótamo... ¡Absolutamente repugnante! Entonces entró el sumo
sacerdote -hablaba un excelente griego- y se ofreció a explicarnos quién era cada
uno, mejor dicho, qué era cada uno en aquel extraño y desconcertante panteón. Llevaba
la cabeza afeitada, una prenda de hilo blanco con pliegues y un collar de oro y
piedras preciosas que debía de valer tanto como toda mi casa.
La
reina iba cubierta de paño de oro de la cabeza a los pies. Con sus joyas podría
comprarse toda Roma. Entonces salió César de algún santuario interior con su
niño, que no se mostró nada tímido. Nos sonrió como si fuéramos nuevos súbditos
y nos saludó en latín. Debo decir que se parece mucho a César. Sí, fue una
ocasión regia, y empiezo a sospechar que la reina pretende engatusar a César
para que lo designe rey de Roma. Querido Bruto, nuestra amada República se
aleja cada vez más, y esta avalancha de nueva legislación al final despojará a
la Primera Clase de todos sus antiguos derechos.
Cambiando
de tema, Marco Antonio se ha casado con Fulvia. ¡Ésa sí es una mujer que
realmente aborrezco! Seguramente ha llegado a tus oídos que César dijo en la
Cámara que Antonio había intentado asesinarlo.
Pese
a lo mucho que deploro a César y todo aquello que representa, me alegro de que
Antonio fracasara. Si Antonio fuera el dictador, las cosas serían aún peores.
Más
interesante aún es la boda entre la sobrina nieta de César, Octavia, y Cayo Claudio
Marcelo el joven. Sí, has leído bien. Ha salido bien librado, mientras que su hermano
y su primo están en el exilio, despojados de sus propiedades. Así es Marcelo el
joven, debo añadir. Esta alianza ha tenido una consecuencia en extremo
fascinante que casi me indujo a faltar a mis principios y acudir al Senado.
Ocurrió durante una sesión del Senado convocada por César para debatir la
primera serie de sus leyes agrarias. Mientras los senadores se dispersaban al
final de la asamblea, Marcelo el Joven pidió a César el indulto para su hermano
Marco, que sigue en Lesbos. Cuando César se negó varias veces, ¿me creerás si
te digo que Marcelo el joven se postró de rodillas y le suplicó? Y ese
individuo repelente, Lucio Piso, se sumó al ruedo, aunque no se arrodilló.
Dicen que César quedó desconcertado, casi horrorizado. Retrocedió hasta chocar
con la estatua de Pompeyo Magno, gritando a Marcelo el joven para que se
levantara y dejara de hacer el ridículo. El resultado fue que Marco Marcelo ha
sido indultado. Marcelo el joven va por ahí diciendo que se propone restituir a
su hermano Marco todas las fincas. No podrá hacer lo mismo con su primo Cayo
Marcelo, ya que he sabido que falleció de una enfermedad fulminante. Su hermano
Marco volverá a Roma después de visitar Atenas, nos contó Marcelo el joven.
Desde
luego, los Claudio Marcelo no son santos de mi devoción, como sabes. Fuera cual
fuera la razón de su renuncia al estatus patricio y su incorporación a la
plebe, es ya demasiado
lejana para conocerse, pero el hecho de que lo hicieran dice mucho sobre ellos,
¿no?
Volveré a escribirte cuando tenga más noticias.
( C. McC. )
Que significa C. McC.?
ResponderEliminarTe quiero pedir otro gran favor, yo no pongo en duda la veracidad de esta carta, pero al hablar de esto con otra persona me dijo que esto es inventado y tuvimos un gran debate en torno al tema, por esta razon te quiero pedir que me des algun dato como fecha o codigo de clasificacion que corrobore su autenticidad para poder tener argumentos, te agradecere mucho una respuesta
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