No perderé tiempo en un relato
sobre la guerra de los Balcanes, aparte de decir que, a despecho de la sabia
dirección de la misma por mi tío Tiberio, de la competente ayuda que le prestó
mi suegro Silvano y de las osadas proezas de Germánico, dicha guerra se arrastró
durante tres años. Al cabo todo el país quedó reducido y prácticamente convertido
en un desierto, porque esas tribus, hombres y mujeres, lucharon con extraordinaria
desesperación y sólo reconocieron la derrota cuando el fuego, el hambre y la
peste hubieron reducido la población a menos de la mitad. Cuando los jefes rebeldes
llegaron a ver a Tiberio para discutir la paz, éste los interrogó
minuciosamente. Quería saber, en primer lugar, por qué se les había metido en
la cabeza la idea de la rebelión, y luego por qué ofrecieron una resistencia
tan desesperada. El jefe de todos los rebeldes, un hombre llamado Bato,
respondió: "Vosotros mismos tenéis la culpa. Enviáis como guardianes de
vuestros rebaños, no a pastores ni a perros ovejeros, sino a lobos".
( Robert Graves en "Yo Claudio" )
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