Cuando
las terribles noticias del desastre de Carres llegaron a Roma, la ciudad
se sintió consternada. Los enemigos del triunvirato no tardaron en extender la
noticia de la muerte terrible de Craso. Aseguraban que suplicó por su vida al rey
parto pero el bárbaro le dio muerte vertiéndole oro fundido en la boca al tiempo
que le decía: « Bebe cuanto quieras. ¿No es esto lo que has buscado toda tu
vida?» . En realidad, Craso murió de una estocada en una refriega menor después
de la batalla. Su cabeza y su mano fueron enviadas al rey de los partos, y un
actor griego presente en aquella corte tuvo la detestable ocurrencia de tomar la
cabeza y usarla para recitar a Eurípides.
( Juan
Eslava Galán en "Julio César, el hombre que pudo reinar")
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