sábado, 16 de septiembre de 2017

FARSALIA


El de Farsalia fue un combate entre romanos. Es de suponer que los procedimientos de aproximación fueran los usuales. Primero avanzarían las ordenadas cohortes a paso de marcha. A una distancia prudencial se detendrían ambos ejércitos y comenzarían a desafiarse gritando (clamore sublato) tanto para enardecerse como para amedrentar al enemigo. Luego, a una señal de los oficiales que a su vez la recibían del general, las cohortes se lanzaban al ataque a paso de carga (concursus) hasta llegar a unos treinta pasos del enemigo, donde hacían un breve alto para arrojar sus pila en mortífera nube antes de lanzarse al cuerpo a cuerpo (Ímpetus).

 

Ésta era la táctica usual, pero Pompeyo, en Farsalia, intentó alterarla en su favor. Cuando los ejércitos llegaron a ciento treinta metros del objetivo, la acostumbrada distancia del inicio de la doble carga para chocar a medio camino, el veterano general prefirió dejar que los cesarianos cargaran en solitario. Quería endosarles el esfuerzo suplementario para que llegaran a él sin resuello después de haber cruzado todo el campo. También esto lo había previsto César. Su primera línea avanzó hasta el centro del campo y, una vez allí, se detuvo a descansar y realinearse. En aquel momento la caballería de Pompeyo atacó, pero la de César aguantó bien el impacto, reforzada como estaba por las ocho cohortes de la reserva, a las que César había dado instrucciones de blandir sus lanzas a la altura del rostro de los jinetes enemigos. El astuto general, tan ducho en los salones frecuentados por los elegantes como en los campos de batalla, sabía que en la caballería pompeyana militaba la flor y nata de la aristocracia romana e intuía que aquellos pisaverdes no estarían dispuestos a ganar sus laureles a costa de cicatrices que les afearan la cara.

 

Todo resultó como César había previsto. Después de un breve combate, la caballería pompeyana cedió el campo perseguida por la de César, circunstancia que aprovecharon las ocho cohortes auxiliares para atacar el flanco izquierdo de Pompeyo, rodeándolo. Tomados de frente y lateralmente, los pompeyanos titubearon y cedieron terreno. La presión de las tropas cesarianas aumentó. Al poco, sus adversarios dieron la espalda y huyeron dejando sobre el terreno entre seis y diez mil muertos, a los que cabe sumar veinte mil prisioneros. César solamente sufrió mil doscientas bajas.


( Juan Eslava Galán en "Julio César, el hombre que pudo reinar")


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