Marcia
de la casa Rutilia-Rufo, y casada con Sexto César de la casa Julia, era la
virtuosa abuela de Cayo Julio César, y tenía dos hijas risueñas y encantadoras
llamadas Julia (futura esposa de Cayo Mario), y Julilla (futura esposa de Lucio
Cornelio Sila)
Siempre se había dicho que todas
las Julias que nacían eran un tesoro por tener el peculiar y afortunado don de
hacer felices a sus maridos. Y aquellas dos Julias esperaban impacientes
cumplir la tradición familiar.
Julia Maior -a quien llamaban
Julia- era alta y dotada de grave dignidad, tenía el pelo castaño leonado
recogido en moño en la nuca, y sus grandes ojos grises escrutaban el mundo con
plácida seriedad. Era una Julia apacible e intelectual.
Julia Minor -llamada Julilla-
tenía un año y medio menos que su hermana. Era el último fruto del matrimonio y
no había sido muy bien recibida hasta que, ya crecida, su encanto había conquistado
el blando corazón de sus padres y de los tres hijos anteriores. Tenía un rostro
color miel, y cutis, pelo y ojos eran de una suave gradación ambarina. Por
supuesto, las risas eran de Julilla. Ella reía por todo. Era una Julia nerviosa
y casquivana.
Vivían en aquella modesta casa
del Germalus inferior del Palatino desde los tiempos en que Sexto, el padre, se la
había dejado a su hijo menor Cayo con 500 yugadas de buena tierra entre
Bovillae y Aricia, legado suficiente para que Cayo y su familia tuvieran medios
para mantener el escaño del Senado, aunque no, desgraciadamente, para ascender
los peldaños del cursus honorum, la escala honorífica que llevaba al pretorado
y al consulado.
Sexto había tenido dos hijos y
no había dejado la herencia a uno solo; decisión un tanto egoísta, ya que implicaba
que sus bienes -ya menguados, porque él también tenía un padre sentimental y un
hermano menor a quien había que tener en cuenta- fuesen necesariamente divididos entre
su hijo mayor Sexto y Cayo el menor. El resultado fue que ninguno de los dos
pudieron aspirar al cursus honorum para llegar a ser pretor y cónsul.
Sexto, el hermano, no había sido
un padre tan sentimental, y felizmente, porque, con Popilia, había tenido tres
hijos, carga intolerable para una familia senatorial. Por consiguiente, se armó
del valor necesario para separarse de su hijo mayor, entregándolo en adopción a
Quinto Lutacio Catulo, que no tenía descendencia, con el consiguiente ingreso
monetario y la seguridad de que el muchacho adquirida una fortuna.
El viejo Catulo era riquísimo y no tuvo reparos en pagar una gran suma por adoptar a un hijo de origen patricio, guapo y bastante inteligente. El dinero que el muchacho había procurado a Sexto, su verdadero padre, fue cuidadosamente invertido en tierras e inmuebles urbanos con la esperanza de que produjese rentas suficientes para que los dos hijos menores de Sexto pudieran optar a magistraturas mayores.
El viejo Catulo era riquísimo y no tuvo reparos en pagar una gran suma por adoptar a un hijo de origen patricio, guapo y bastante inteligente. El dinero que el muchacho había procurado a Sexto, su verdadero padre, fue cuidadosamente invertido en tierras e inmuebles urbanos con la esperanza de que produjese rentas suficientes para que los dos hijos menores de Sexto pudieran optar a magistraturas mayores.
Aparte del decidido hermano
Sexto, la gran contrariedad de los Julios César era su tendencia a alimentar
más de un hijo y luego mostrarse sentimentales ante la apurada situación en que
se veían al tener más de un vástago; eran incapaces de dominar sus
sentimientos, cediendo en adopción algunos de sus profusos retoños y procurando
que los hijos que conservaban matrimoniaran con buenos partidos. Por tal
motivo, sus otrora grandes propiedades iban disminuyendo en el transcurso de
los siglos, y cada vez sufrían mayores divisiones al heredarlas dos y tres
hijos y tener que vender parte de ellas para dotar a las hijas.
El esposo de Marcia era un Julio
César de éstos y un padre demasiado sentimental, muy orgulloso de sus hijos y
demasiado apegado a sus hijas para ser un buen romano razonable. El hijo mayor
habría debido ser cedido en adopción, y las dos hijas, prometidas hacía años en
matrimonio a hombres ricos; del mismo modo que el hijo menor habría debido prometerse
con una novia rica. Sólo con dinero es posible una buena carrera política. La sangre
patricia hacia tiempo que resultaba un lastre.
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