CÉSAR Y LA ANARQUÍA EN ROMA
La muerte de Craso
Desde la partida de César, los desórdenes se sucedieron en Roma, donde el tribuno Clodio había instaurado un verdadero terror, asegurándose la popularidad mediante distribuciones gratuitas de trigo.
Los jefes del partido conservador, como Catón de Utica y Cicerón, se vieron condenados al exilio, pero Pompeyo, asustado por los excesos, los hizo llamar (57 a. de J.C.).
Roma se convirtió en campo de batalla entre Clodio y otro demagogo rival, Milón. Inquietos, Pompeyo, César y Craso ratificaron su adhesión a los acuerdos de Luca (56 a. de J.C.): Primer triunvirato.
Por otra parte, envidiosos de los éxitos de César en la Galia, Pompeyo y Craso quisieron también su parte en los laureles.
Reelegidos cónsules, buscaron nuevos escenarios de batalla. Pompeyo envió al procónsul Gabinio para que ocupara Judea, que fue dividida en cinco distritos; después, Gabinio fue a Egipto para restaurar en el trono a Tolomeo Aulete, a quien un usurpador había derrocado.
Craso eligió Siria, donde deseaba alcanzar la fama luchando contra los partos. Pero en el año 53 a. de J.C., sus legiones, cuando atravesaban el desierto de Mesopotamia, fueron asaltadas en Carrhae por los escurridizos jinetes.
Craso se batió en retirada e intentó negociar, pero los partos lo asesinaron a traición y aniquilaron su ejército, haciendo 10.000 prisioneros. Su lugarteniente Casio tuvo que ocuparse de defender Siria.
Muerto Craso, César y Pompeyo quedaron frente a frente. La hija de César, Julia, esposa de Pompeyo, había muerto en el 54 a. de J.C., de manera que todo vínculo familiar entre los dos hombres había quedado roto.
Las bandas de Clodio y de Milón se enfrentaban en Roma en terribles batallas callejeras; después del asesinato de Clodio, sus partidarios incendiaron numerosas casas, una basílica y la Curia (52 a. de J.C.).
Enloquecidos de terror, los senadores nombraron a Pompeyo único cónsul con plenos poderes; el propio Cicerón lo apoyó. Como la sublevación general de la Galia se estaba fraguando, Pompeyo, pensando que César se vería pronto envuelto en un desastre, empezó a verse como el único dueño de la República.
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