Lo
cual era más o menos lo que Quinto Cicerón, comandante supremo de la IX Legión
de César en la Galia Comata, le estaba
diciendo sobre el papel a su hermano
mayor Marco Tulio, que se encontraba en Roma. Habían estado manteniendo correspondencia
durante años, porque todos los romanos cultos y educados escribían mucho a
todos los demás romanos cultos y educados.
Incluso
los soldados rasos escribían a sus casas con regularidad para contar a sus familiares
cómo era la vida en el ejército y qué habían estado haciendo, en qué batallas
habían peleado y cómo eran sus compañeros de tienda. Un buen número de ellos
sabían leer y escribir al alistarse, y aquellos que eran analfabetos
descubrieron que por lo menos parte del invierno en el campamento había que
emplearlo en recibir clases para aprender. Especialmente bajo el mando de generales
como César, que se sentaba de niño en las rodillas de Cayo Mario y escuchaba
absorto todo lo que éste tenía que decir acerca de todo. Incluida la utilidad
de los legionarios que sabían leer y escribir.
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