César
se reunió con su arpía al día siguiente al atardecer en las habitaciones del Vicus
Patricii. Cuarenta y cinco años, aunque no los aparentaba. La voluptuosa
figura no se había ensanchado, ni los maravillosos pechos se le habían
caído; de hecho, tenía un aspecto magnífico.
Se
esperaba un frenesí, pero Servilia le ofreció una languidez lenta y erótica que
César encontró irresistible, una enredada telaraña de los sentidos que ella tejió
formando dibujos tortuosos que lo redujeron a él a un éxtasis indefenso. Al
principio de conocerla César había sido capaz de aguantar una erección durante
horas sin sucumbir al orgasmo, pero Servilia, ahora él lo admitía, lo había
vencido por fin. Cuanto más tiempo hacía que la conocía, menos capaz era de
resistirse al hechizo sexual de ella. Lo cual significaba que la única defensa
que tenía César era ocultarle esos hechos a ella. ¡Nunca le daría información
vital a Servilia! Ella roería esa información hasta dejarla seca.
( C.
McC. )
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