Odio
decirlo, César, pero aún no hay indicio de que vaya a haber elecciones curules.
Oh, Roma seguirá existiendo e incluso tendrá alguna clase de gobierno, puesto
que conseguimos elegir a algunos tribunos de la plebe. ¡Menudo circo fue
aquello! Catón se metió en el asunto. Primero utilizó su posición de pretor de
la plebe para bloquear las elecciones plebeyas, luego lanzó una seria
advertencia, con ese tono vociferante suyo, de que iba a hacer un cuidadoso escrutinio
de cada una de las tablillas que los votantes echasen en los cestos, y que si
encontraba a algún candidato manipulando los resultados, lo procesaría. ¡Con
eso aterrorizó a los candidatos!
Desde
luego, todo ello surgió del pacto que el idiota de mi sobrino Memmio hizo con Enobarbo.
¡Nunca en la historia de nuestras elecciones, sembrada de sobornos, ha habido
tantas personas que han sobornado y tantas personas que han aceptado esos
sobornos! Cicerón bromea con que la cantidad de dinero que ha cambiado de manos
es tan asombrosa que ha hecho que la media de los intereses se eleve del cuatro
al ocho por ciento. No está muy equivocado, aunque no lo diga en serio. Yo creo
que Enobarbo, que es el cónsul que supervisa las elecciones, pues Apio Claudio
no puede ya que es patricio, creyó que podría hacer lo que se le antojase. Y lo
que se le ha antojó es que mi sobrino Memmio y Domicio Calvino sean los
cónsules del próximo año. Toda esa pandilla, Enobarbo, Catón, Bíbulo... todavía
andan por ahí olisqueando como perros en un campo de excrementos tratando de
hallar algún motivo para procesarte y quitarte todas las provincias y el mando
que ostentas. Les sería mucho más fácil si los cónsules estuvieran de su parte,
y también algunos tribunos de la plebe activistas.
Supongo
que será mejor que primero termine de contarte todo lo referente a Catón. Pues bien,
a medida que pasaba el tiempo y empezaba a parecer, cada vez más, que no tendríamos
cónsules ni pretores el año que viene, también se hizo vital que por lo menos
tuviéramos tribunos de la plebe. Quiero decir que Roma puede pasarse sin
magistrados superiores. Mientras esté el Senado para controlar los cordones de
la bolsa y haya tribunos de la plebe que hagan pasar las leyes necesarias,
¿quién echa de menos a los cónsules y a los pretores? A menos que los cónsules seamos
tú o yo; ni que decir tiene.
Al
final, los candidatos a tribunos de la plebe fueron como colectivo a ver a
Catón y le suplicaron que retirase su oposición. Honradamente, César, ¿cómo se
sale Catón con la suya? Pero fueron más allá de la simple súplica. Le hicieron
una oferta: cada candidato pondría medio millón de sestercios (que le darían a
él para que los guardase) si Catón no sólo consentía en que se celebrasen las
elecciones, sino que ¡las supervisaba personalmente! Si hallaba a un hombre culpable
de amañar el proceso electoral, le impondría a ese hombre el medio millón de
sestercios como multa. Muy complacido consigo mismo, Catón accedió. Aunque era
demasiado inteligente como para aceptar el dinero. Les obligó a darle notas
promisorias muy precisas legalmente para que no pudieran acusarle de
malversación. Astuto, ¿verdad?
El
día de las elecciones llegó por fin sólo tres nundinae después, y allí estaba
Catón vigilando la actividad como un halcón. ¡Tienes que admitir que tiene
suficiente nariz como para merecer esa comparación! Halló a un candidato
culpable y le ordenó bajar y pagar la multa. Lo más probable es que pensase que
toda Roma caería de bruces desmayada al ver tanta incorruptibilidad. Pero no
sucedió así. Los líderes de la plebe están furiosos. Dicen que es anticonstitucional
e intolerable que un pretor se erija a sí mismo, no juez de su propio tribunal,
sino funcionario electoral sin ser designado por nadie.
Los
caballeros, esos baluartes del mundo de los negocios, odian la mera mención del
nombre de Catón, y las hordas indignadas de Roma consideran que está loco, en
parte por su semidesnudez y por su resaca perpetua. Al fin y al cabo, ¡es
pretor del tribunal de extorsión! Está juzgando a personas que tienen la suficiente
categoría como para haber sido gobernadores de alguna provincia... ¡personas como
Escauro, el actual marido de mi ex mujer! ¡Un patricio de la más antigua
estirpe! Pero, ¿qué hace Catón? Pospone el juicio de Escauro una y otra vez, demasiado
borracho para presidir si se sabe la verdad, y cuando aparece lo hace sin
zapatos, sin túnica debajo de la toga y con notables ojeras. Tengo entendido
que en los albores de la república los hombres no llevaban zapatos ni túnicas,
pero ésta es la primera noticia que tengo de que esos dechados de virtud lleven
adelante sus carreras profesionales en el Foro con resaca.
Le
pedía Publio Clodio que le hiciera la vida imposible a Catón, y Clodio lo
intentó de veras. Pero al final se dio por vencido. Vino a decirme que si
realmente quería meterme debajo de la piel de Catón, tendría que hacer que
César regresara de la Galia.
El
pasado abril, poco después de que Publio Clodio regresara a casa de su viaje
para recaudar deudas en Galacia, ¡compró la casa de Escauro por catorce
millones y medio! Los precios de los bienes inmuebles son tan fantasiosos como
una vestal preguntándose cómo será hacer el amor. Puedes conseguir medio millón
por un armario con orinal. Pero Escauro necesitaba el dinero desesperadamente.
Ha sido pobre desde que organizó los juegos cuando era edil... y cuando al año
intentó meterse un poco de dinero en la bolsa aprovechándose de su provincia,
acabó en el tribunal de Cátón. Y lo más probable es que siga allí hasta que
Catón abandone su cargo, tan despacio van las cosas en el tribunal de Catón.
Por
otra parte, a Publio Clodio le sobra el dinero. Desde luego, tenía que buscarse
otra casa, eso ya lo comprendo. Cuando Cicerón reconstruyó la suya, la hizo tan
alta que Publio Clodio perdió toda la vista panorámica. Una venganza como
cualquier otra, ¿verdad? Fíjate, el palacio de Cicerón es un monumento al mal
gusto. ¡Y pensar que tuvo el descaro de comparar la bonita y pequeña villa que
yo adosé a la parte de atrás del complejo de mi teatro con un bote adosado a un
velero!
Lo
que ello indica es que Publio Clodio le sacó el dinero al príncipe Brogitaro.
No hay nada como ir a cobrar en persona. En estos días que corren es un alivio
no ser el blanco de Clodio. Nunca creí que yo conseguiría sobrevivir a aquellos
años, justo después de que tú partieras para la Galia, cuando Clodio y su banda
callejera me agobiaban sin cesar. Casi no me atrevía a salir de mi casa. Aunque
fue un error emplear a Milón para que dirigiera a aquellas pandillas que se
oponían a Clodio. Le di a Milón grandes ideas. Oh, ya sé que es un Annio, aunque,
de todos modos, lo es por adopción, pero ese hombre es exactamente igual que el
nombre que tiene, un fornido zoquete que no sirve más que para levantar yunques
y poca cosa mas.
¿Sabes
qué se le ocurrió? ¡Vino a pedirme que lo apoye cuando se presente a cónsul! «Mi
querido Milón -le dije-, ¡no puedo hacer eso! ¡Sería lo mismo que admitir que
tú y tu pandilla estuvisteis trabajando para mi!» Me respondió que, en efecto,
él y sus pandillas callejeras habían trabajado para mi, y que qué importaba
eso. Tuve que enfadarme mucho con él antes de conseguir que se marchara.
Me
alegro de que Cicerón ganase el caso de Vatinio, tu hombre. ¡Qué mal debió de sentarle
eso a Catón, que actuaba de presidente del tribunal! Tengo la seguridad de que
Catón sería capaz de ir al Hades y cercenarle a Cancerbero una de sus cabezas
si creyera que con eso te iba a meter a ti en sopa hirviendo. Lo raro del
juicio de Vatinio es que Cicerón antes aborrecía a ese hombre, pero..., ¡tú ya
habrás oído al gran abogado quejarse de que te debe millones y por ello tiene
que defender a todas tus criaturas! Pero, mientras ellos estaban muy juntitos
en el juicio, ocurrió algo. El caso es que terminaron como dos niñas que acaban
de conocerse en la escuela y no pueden vivir la una sin la otra. Una pareja
extraña, aunque realmente resulta bastante bonito verles juntos riéndose con
risitas tontas. Los dos son brillantes e ingeniosos, así que se agudizan el uno
al otro.
Tenemos
el verano más caluroso que nadie alcanza a recordar, y no llueve nada. A los agricultores
les va muy mal. Y esos hijos de puta egoístas de Interamno han decidido cavar
un canal para desviar el agua del lago Velino hacia el río Nar y tener así agua
para regar sus campos. El problema es que las Rosea Rura se secaron en el mismo
momento en que se vació el Velino. ¿Te lo imaginas? ¡Las tierras de pastos más
ricas de Italia completamente áridas! El viejo Axio, el de Reate, vino a verme
y me exigió que el Senado ordenase a los de Interamno que llenaran el canal,
así que voy a llevar el asunto a la Cámara, y si es necesario haré que uno de
mis tribunos de la plebe lo convierta en ley. Quiero decir que tú y yo somos
ambos militares, así que comprendemos perfectamente la importancia que la Rosea
Rura tiene para los ejércitos de Roma. ¿En
qué otro lugar pueden criarse unas mulas tan perfectas, y tantas? La sequía es
una cosa, pero las Rosea Rura son algo muy diferente. Roma necesita mulas e
Interamno está llena de asnos.
Y ahora paso a contarte algo muy peculiar. Catulo acaba de
morir. Probablemente
su padre te haya enviado la noticia y esté esperando tu regreso en el puerto Icio,
pero he pensado que te gustaría saberlo. No creo que Catulo fuera el mismo
después de que Clodia lo abandonase... ¿cómo la llamó Cicerón en el juicio de
Celio? «La Medea del Palatino». No está nada mal. Pero a mi me gusta más «la
Clitemnestra a precio de ganga». ¿No sería ella la que mató a Celer en el baño?
Eso es lo que dicen todos.
Sé
que estabas furioso cuando Catulo empezó a escribir esas malintencionadas
sátiras sobre ti después de que nombrases a Mamurra como tu nuevo praefectus
fabrum. Incluso Julia se permitió una risita o dos cuando las leyó, y piensa
que no tienes ningún partidario más leal que Julia. Dijo que lo que Catulo no
podía perdonarte era que hubieras elevado por encima de su posición a un poeta
muy malo. Y que el mandato de Catulo como una especie de legado con mi sobrino
Memmio cuando fue a gobernar Bitinia le dejó la bolsa más vacía de lo que lo
estaba antes de que empezase a soñar con inmensas riquezas. Catulo debería
haberme preguntado a mí. Yo le habría dicho que Memmio tiene la bolsa más
apretada que el ano de un pez. Mientras que tus tribunos militares de rango
inferior son generosamente recompensados.
Sé
que saliste airoso de la situación... ¿cuándo no ha sido así? Suerte que su
Tata es tan buen amigo tuyo, ¿eh? Él mandó llamar a Catulo, éste acudió a
Verona, Tata le dijo que fuese bueno con su amigo César, Catulo pidió disculpas
y entonces tú hiciste desaparecer la toga del pobre joven como por ensalmo. No
sé cómo lo haces. Julia dice que es algo innato en ti. De todos modos, Catulo regresó
a Roma y se acabaron por completo los pasquines irónicos sobre César. Pero
Catulo había cambiado. Lo pude ver con mis propios ojos porque Julia se rodea
de poetas y dramaturgos, y además debo decir que son buena compañía. Ya no le
quedaba fuego, parecía muy triste y cansado. No se suicidó. Sólo se apagó como
una lámpara cuando ha consumido todo el aceite.
Ojalá
pudiera decirte que Julia está bien, pero la verdad es que no es así. Le dije
que no había necesidad de tener hijos; Mucia ya me había dado dos hijos
estupendos, y a la hija que tuve con ella le va muy bien casada con Fausto Sila.
Éste acaba de entrar en el Senado, es un excelente joven. Sin embargo no me
recuerda en lo más mínimo a Sila. Lo que probablemente sea una cosa buena.
Pero
ya sabes que a las mujeres se les meten en la cabeza manías sobre lo referente
a los bebés. Así que Julia está muy adelantada en el embarazo, de unos seis
meses ya. Nunca ha estado bien desde aquel aborto que tuvo cuando me presentaba
a cónsul. ¡Mi queridísima niña mi Julia! Qué tesoro me diste, César. Nunca
dejaré de estarte agradecido por ello. Y, desde luego, su salud fue la causa de
que yo le cambiara la provincia a Craso. Me hubiera tenido que ir a Siria,
mientras que las Hispanias las puedo gobernar perfectamente desde Roma por
medio de legados sin tener que moverme del lado de Julia. Afranio y Petreyo son
de absoluta confianza, no se tiran ni un pedo a menos que yo les diga que
pueden hacerlo.
Hablando
de mi estimable colega consular (aunque, desde luego, admito que me llevé mucho
mejor con él durante nuestro segundo consulado juntos que durante el primero),
me pregunto cómo le irá a Craso allá en Siria. He oído decir que ha pellizcado
dos mil talentos de oro procedentes del gran templo de los judíos de Jerusalén.
Oh, ¿qué puede hacer uno con un hombre cuya nariz realmente es capaz de oler el
oro? En cierta ocasión estuve en ese gran templo. Me aterrorizó. Aunque hubiera
contenido todo el oro del mundo yo no habría pellizcado ni tan sólo una
muestra.
Los
judíos maldijeron formalmente a Craso. Y además lo hicieron en medio de la
puerta Capena cuando salió de Roma en los idus del noviembre pasado. Lo maldijo
Ateyo Capito, el tribuno de la plebe. Capito se sentó en medio del camino para
obstruirle el paso a Craso y se negó a moverse, entonando sin parar maldiciones
capaces de poner los pelos de punta. Tuve que hacer que mis lictores lo echaran
de allí a la fuerza. Lo único que puedo decir es que Craso está almacenando una
gran carga de rencor. Y tampoco estoy muy convencido de que tenga la menor idea
de cuántos problemas puede darle un enemigo como los partos. Sigue creyendo que
una catafracta parta es lo mismo que una catafracta armenia. Aunque él en su
vida sólo ha visto un dibujo de una catafracta. Hombre y caballo, ambos
ataviados de cota de malla de la cabeza a los pies. ¡Brrr!
El
otro día vi a tu madre. Vino a cenar. ¡Qué mujer tan maravillosa! Y no lo es
menos por ser tan sensata. Sigue siendo encantadoramente hermosa, aunque me
dijo que ya ha pasado de los setenta. No parece que tenga más de cuarenta y
cinco. Es fácil adivinar de quién ha heredado Julia su belleza. Aurelia también
está preocupada por Julia, y tu madre no es una mujer de esas cotorras que
hablan sin pensar. Lo sabes muy bien.
( C.
McC. )
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