La visión católica de la destrucción
vándala es catastrofista. Inminente ya el asedio de la ciudad de
Hipona, Possidio de Calama describía de la siguiente forma los efectos de
la destrucción bárbara:
[...] Mas poco después, por voluntad y
permisión de Dios, numerosas tropas de bárbaros crueles, vándalos y
alanos, mezclados con godos y otras gentes venidas de España, dotadas con
toda clase de armas y avezadas a la guerra, desembarcaron e
irrumpieron en África; y luego de atravesar todas las regiones de la
Mauritania penetraron en nuestras provincias, dejando en todas partes
huellas de su crueldad y barbarie, asolándolo todo con incendios, saqueos, pillajes, despojos
y otros innumerables y horribles males. No tenían ningún miramiento al
sexo ni a la edad; no perdonaban a sacerdotes y ministros de Dios, ni
respetaban ornamentos, utensilios ni edificios dedicados al culto
divino [...]; por eso, más de lo acostumbrado se alimentó Agustín
de Hipona del pan de lágrimas día y noche; y los últimos
días de su senectud llevó una existencia amarguísima y más triste que
nadie. Pues veía aquel hombre las ciudades destruidas y saqueadas; los
moradores de las granjas, pasados a cuchillo o dispersos; las iglesias, sin ministros
ni sacerdotes; las vírgenes sagradas y los que profesaban vida de
continencia, cada cual por su parte, y de ellos, unos habían perecido
en los tormentos, otros sucumbieron al filo de la espada; muchos
cautivos, después de perder la integridad de su cuerpo y alma y de su fe, gemían
bajo la dura servidumbre enemiga.
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