Quodvultdeus, obispo metropolitano de África, afirma en un sermón pronunciado poco después de la toma de Cartago que tanta calamidad hería su vista:
[...] Con lágrimas antes que con insultos
pueden relatarse estos males: ni siquiera un extraño, cuando ha sido
afectado por su compasión, podría permanecer indiferente frente a tales calamidades. Con
una gran conmoción podrían evaluarse estos males si solamente fuesen escuchados,
pero esta terrible calamidad hiere ya nuestros ojos, pues no hay nadie que
acuda a enterrar a los cadáveres cuando la negra muerte ensucia cada
barrio y plaza, y, de la misma forma, toda la ciudad. Además de estos
estragos, las madres de familia son llevadas cautivas; a las mujeres
encintas, se las ha desgarrado; a las que amamantaban, se les han quitado
de sus manos a sus pequeños para dejarlos abandonados en la calle
medio muertos, sin permitir que los mantuviesen vivos ni los enterrasen
una vez muertos.
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