De esta manera algún cazador y sus otros compañeros urden una
trampa para los leopardos que aman el vino puro: eligen una fuente en la que
ardiente tierra de Libia, una fuente, que, aun siendo pequeño, mana en un lugar
reseco abundante agua oscura, misteriosa e inesperada… Allí, al amanecer, va a
beber la raza de las fieras panteras. Y, al anochecer, los cazadores salen
acarreando veinte cántaros de dulce vino que alguien, cuya tarea es la custodia
de una viña, ha prensado once años antes; y mezclan el dulce licor con el agua,
y abandonando la purpúrea fuente se emboscan cerca, cubriendo sus valiente
cuerpos con pieles de cabra, o simplemente con sus redes, puesto que no pueden
encontrar refugio de roca ni de frondosos árboles, al ser toda la tierra una
extensión arenosa y desprovista de vegetación. Las panteras, acuciadas por el
ardiente sol, sienten a la par la llamada de la sed y del olor que ellas aman,
y se aproximan al manantial de Baco, y con avidez sorben el vino. Al principio
todas brincan unas junto a otras como si fueran una compañía de bailarines,
pero poco a poco sus miembros se embotan, e inclinan suavemente la cabezas
hacia abajo… después un profundo sueño se apodera de ellas y las arroja aquí y
allá sobre el suelo.
( Opiano de Anazarba, en
“Cinegética” )
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