Saludos
de Roma, Cayo Mario. Te escribo ésta en Año Nuevo, después de recibir promesa de
un rápido trayecto para ella nada menos que por boca de Quinto Granios de
Puteoli. Espero que te halle en Halicarnaso, pero si no es así, ya te llegará.
Te
alegrará saber que Quinto Mucio conjuró las amenazas de procesamiento, en gran medida
gracias a su elocuencia en el Senado y a los discursos de apoyo de su primo Craso
Orator y del mismísimo Escauro, príncipe del Senado, quien está totalmente de
acuerdo con lo que hemos hecho Quinto Mucio y yo en la provincia de Asia. Como
era de esperar, fue más difícil tratar con el Tesoro que con los publicani. Si
a un hombre de negocios romano le reconoces lo suyo, siempre se impone el
sentido comercial, y en nuestras disposiciones para la provincia de Asia se ha
impuesto ante todo el sentido comercial. Fueron sobre todo los coleccionistas
de arte los que más pusieron el grito en el cielo, en particular Sexto
Perquitieno. La estatua de Alejandro que se llevó de Pérgamo ha desaparecido misteriosamente de su peristilo, quizá porque Escauro, príncipe
del Senado, le concedió especial relieve en su discurso ante la Cámara. En
cualquier caso, el Tesoro cedió por fin, a regañadientes, y los censores
anularon las contratas de Asia. A partir de ahora, los impuestos de la
provincia de Asia se basarán en las cifras que calculamos Quinto Mucio y yo. De
todos modos, no quiero darte la impresión de que todo ha quedado olvidado, ni
aun en el caso de los publicani. Una provincia bien administrada es difícil de explotar,
y entre esos recaudadores hay muchos que querrían seguir explotando la
provincia de Asia. El Senado ha acordado enviar hombres más distinguidos para
su gobierno, y eso impedirá que los publicani se impongan.
Tenemos
nuevos cónsules. Nada menos que Lucio Licinio Craso Orator y mi querido Quinto
Mucio Escévola. Nuestro pretor urbano es Lucio Julio César, que ha sustituido a
un extraordinario hombre nuevo, Marco Herenio. Nunca he visto a nadie que tenga
más atractivo para los electores que ese Marco Herenio, aunque no acabo de
entender por qué. La cuestión es que basta con que le vean y comienzan a
votarle a gritos. Un hecho que no gustó nada a aquel rastrero monumental que tuviste
a tu servicio cuando era tribuno de la plebe, me refiero a Lucio Marco Filipo.
Cuando se hizo el recuento de votos para pretor, hace un año, Herenio figuraba
en cabeza y Filipo en cola. Quiero decir de los seis nombrados. ¡Habrías debido
oír los quejidos y gimoteos! Los de este año apenas tienen interés. El año
pasado el praetor peregrinus, Cayo Haco, llamó la atención sobre su persona
dando plena ciudadanía romana a una sacerdotisa de Ceres en Velia, una tal
Califana. Toda Roma ansía saber por qué, pero es de imaginar.
Los
censores Antonio Orator y Lucio Haco han concluido la concesión de contratas (complicada
por las actividades de dos personas en la provincia de Asia, que hizo que se retrasasen
bastante) y han hecho un escrutinio en los rollos senatoriales sin hallar ningún
culpable, e igual resultado entre los caballeros. Ahora están poniendo en
marcha un censo completo del pueblo romano en todo el orbe, dicen, y afirman
que nadie escapará a sus redes.
Con
tan loable propósito han alzado una caseta en el Campo de Marte para ir confeccionando
el de Roma. Para cubrir Italia, han reunido una fuerza de funcionarios, asombrosamente
bien organizada, cuyo cometido es recorrer todas las ciudades de la península para
establecer el censo correspondiente. Yo lo apruebo, aunque hay muchos que no, y
dicen que basta con el antiguo método de que los ciudadanos rurales se inscriban
a través de los duumviri de su municipio y los de provincias a través del
gobernador. Pero Antonio y Haco insisten en que su sistema es mejor, y lo es.
Tengo entendido, sin embargo, que los ciudadanos residentes en provincias
tendrán que seguir inscribiéndose a través de los gobernadores. Naturalmente,
los chapados a la antigua dicen que el resultado será el mismo, como lo es
siempre.
Y
unas cuantas noticias de provincias, ya que, como estás en ese apartado rincón
del mundo,
no las sabrás. Antíoco VIII de Siria, llamado Gripo Nariz Ganchuda, ha sido
asesinado por... no sé si su primo, su tío o su hermanastro, Antíoco IX,
llamado Ciziceno. Tras lo cual, la esposa de Gripo, Cleopatra Selene de Egipto,
se apresuró a casarse con el asesino de su esposo, el tal Ciziceno. ¿Lloraría
mucho entre la viudez y su nueva boda? No obstante, esta noticia significa al
menos que de momento en la Siria del norte gobierna un solo rey.
De
mayor interés para Roma es la muerte de uno de los Tolomeos, Tolomeo Apion,
hijo bastardo
del horrendo Tolomeo Gran Vientre de Egipto, que murió hace poco en Cirene. Recordarás
que era rey de Cirenaica, pero murió sin dejar heredero. ¡Y, mira lo que son
las cosas, dejó el reino de Cirenaica en herencia a Roma! El viejo Atalo de
Pérgamo ha iniciado una nueva moda. Es un agradable sistema para acabar
dominando el mundo, Cayo Mario. A base de testamentos.
¡Espero
que decidas regresar este año! Roma es muy aburrida sin ti, ni siquiera tengo
al Meneitos
para quejarme de él. Actualmente circula un rumor de lo más curioso, según el
cual el Meneítos habría muerto ¡envenenado! El que lo propala es nada menos que
el físico de moda en el Palatino, Apolodoro Sículo. Cuando se indispuso el
Meneítos, llamaron a Apolodoro, que al parecer no quedó muy convencido con
aquella muerte y reclamó una autopsia. El Meneitos hijo se negó, quemaron a su
tata, lo enterraron en una tumba de horrendos adornos y de eso hace ya muchas
lunas. Pero el pequeño griego siciliano ha hecho averiguaciones e insiste en
que el Meneítos bebió una poción muy nociva a base de semillas de melocotón. El
Meneítos hijo replica que nadie tenía motivos para hacerlo y ha amenazado con
llevar a Apolodoro ante los tribunales si no deja de ir diciendo por ahí que a
su padre le envenenaron. Nadie piensa, ¡ni siquiera yo!, que el Meneítos se
cargara al tata, ¿y qué otra persona lo habría podido hacer?
Un
retazo final delicioso y te dejo en paz. Son cotilleos de familia pero los
repite toda Roma. El esposo de mi sobrina, al volver del extranjero y ver el
pelo rojo del último híjo, se ha divorciado por adulterio.
Te
daré más detalles de esto cuando te vea en Roma. Haré un sacrificio a los lares
Permarini para tu feliz regreso.
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