Pero cuando el
Estado creció por el esfuerzo y la justicia, grandes reyes fueron sojuzgados en
la guerra, gentes salvajes y vastos pueblos sometidos por la fuerza, y Cartago,
rival del Imperio Romano, pereció de raíz, y quedaban libres todos los mares y
tierras, la Fortuna empezó a mostrarse cruel y a trastocarlo todo. Para hombres
que habían soportado fácilmente fatigas, riesgos, situaciones comprometidas y
difíciles, el no hacer nada y las riquezas, deseables en otro momento,
resultaron una carga y una calamidad. Así que primero creció el ansia de
riquezas, luego, de poder; ello fue el pasto, por así decirlo, de todos los
males. Pues la avaricia minó la lealtad, la probidad y las restantes buenas
cualidades; en su lugar, enseñó la arrogancia, la crueldad, enseñó a despreciar
a los dioses, a considerarlo todo venal. La ambición obligó a muchos mortales a
hacerse falsos, a tener una cosa encerrada en el pecho y otra preparada en la
lengua, a valorar amistades y enemistades no por si mismas, sino por interés, a
tener buena cara más que buen natural. Estos defectos crecían lentamente al
principio y a veces eran castigados; más adelante, cuando se produjo una
invasión contagiosa, como si fuera una peste, la ciudad cambió, el poder se
convirtió de muy justo y excelente en cruel e intolerable.
Desde que las riquezas comenzaron a servir de
honra, y gloria, poder e influencia las acompañaban, la virtud se embotaba, la
pobreza era considerada un oprobio, la honestidad empezó a tenerse por mala fe.
De esta manera, por culpa de las riquezas, invadieron a la juventud la
frivolidad, la avaricia y el engreimiento: robaban, gastaban, valoraban en poco
lo propio, anhelaban lo ajeno, la decencia, el pudor, lo divino y lo humano
indistintamente, nada les merecía consideración ni moderación.
A mí se me antoja que a estos individuos las
riquezas les han servido de capricho, porque se apresuraban a derrochar
vergonzosamente las que tenían la posibilidad de poseer con honradez.
Los hombres se sometían como mujeres, las
mujeres exponían su honra a los cuatro vientos; para alimentarse escudriñaban
todo en la tierra y en el mar; dormían antes de tener deseo de sueño, no
aguardaban a tener hambre o sed ni frío o cansancio, sino que por vicio
anticipaban todas estas necesidades. Este comportamiento incitaba al crimen a
la juventud cuando faltaban los bienes de familia. El espíritu imbuido de malas
artes no se privaba fácilmente de placeres, de ahí que se entregase más profusamente
y por todos los medios a ganar dinero y a gastarlo. En una ciudad tan grande y
tan corrompida, Catilina (cosa que era muy fácil de hacer) tenía a su alrededor
un batallón de todas las hazañas y crímenes, como una guardia de corps. Pues
cualquier sinvergüenza, calavera o jugador que hubiera disipado la fortuna
paterna en el juego, la buena comida, y el que había contraído grandes deudas
para hacer frente a su deshonor o su crimen, todos los parricidas de cualquier
procedencia, sacrílegos o convictos en juicios, o por sus hechos temerosos de
un juicio, aquéllos además a los que alimentaba su mano con la sangre de los
conciudadanos, o la lengua con falso testimonio, todos, en fin, a quienes
torturaba el deshonor, la escasez o la mala conciencia, éstos eran los íntimos
de Catilina y sus amigos.
( Cayo Salustio
Crispo en "Conjuración de Catilina" )
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