El jefe pirata hizo caso omiso
de la segunda pregunta y meneó enérgicamente la cabeza.
-No, ya cobramos el último rescate de Mileto. Los cobros se
distribuyen, porque a veces los cautivos tardan en pagar, y ahora les toca a
Xantos y a Patara en Licia. Así que dejaremos que tus sirvientes se marchen
cuando lleguemos a Patara. En cuanto a la suma -añadió Polígono, meneando la cabeza
y haciendo flotar sus rizos-, será de veinte talentos de plata.
-¿Veinte talentos de plata? -exclamó César, ofendido, dando un
paso atrás-. ¿Es eso cuanto valgo?
-Es la tarifa actual de los senadores, según lo acordado por todos
los piratas. Eres demasiado joven para ser magistrado.
-¡Soy Cayo Julio César! -replicó altanero el cautivo-. Ya se nota
que no sabes nada. No sólo soy patricio, sino un Juliano. ¿Y qué significa ser
un Juliano, dirás?. Significa que desciendo de la diosa Afrodita a través de su
hijo Eneas. Soy de familia consular y seré cónsul cuando tenga la edad precisa.
¡No soy un simple senador!. Poseo una corona cívica, hablo en la Cámara, me
siento en las gradas del medio, y cuando entro en el Senado, todos -incluidos
los consulares y los censores- tienen que ponerse en pie y aplaudirme. ¿Veinte
talentos de plata?. ¡Yo valgo cincuenta talentos!.
Polígono escuchaba fascinado. Sí que era un cautivo excepcional.
¡Aquellas cosas no las decía nadie!. ¡Tan seguro de sí mismo, tan impávido, tan
arrogante!. Y había algo en aquel rostro bien parecido que al pirata le gustaba...
¿Sería el centelleo de la mirada?. ¿No se estaría aquel Cayo Julio César
burlando de él?. Pero ¿por qué se iba a burlar de un modo en virtud del cual
iba a pagar más del doble de lo que él pedía? No, tenía que hablar en serio. No
obstante... ¡ Sí era aquel brillo en la mirada!.
-De acuerdo, vuestra majestad, cincuenta talentos de plata -dijo
Polígono, también con ojos chispeantes.
-Eso está mejor -dijo César, volviéndole la espalda.
( Relato de Colleen McCullough )
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