Quien una vez labro la tierra
con un centenar de arados, trabaja ahora para procurarse simplemente un par de
bueyes; quien recorría con frecuencia las mas esplendidas ciudades en su
carruaje se halla ahora enfermo y viaja, fatigado y a pie, por la desierta campiña.
El mercader que solía surcar los mares con diez arrogantes navíos embarca ahora
en una lancha diminuta y el mismo es su propio timonel. Ninguna comarca ni ciudad
es ya como era antes; todo se precipita de cabeza hacia su fin. Y con la
espada, la peste, el hambre, las cadenas, el frió y el calor —de mil maneras—
la muerte se lleva a la desdichada humanidad.
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