Casi ha desaparecido
absolutamente, amadísimos, la religiosa devoción con la que todo el pueblo de los
fieles concurría para dar gracias a Dios por el día de nuestra corrección y
liberación. Demuestra esto los pocos que han asistido. Esto llena mi corazón de
tristeza y de gran temor. Es sumamente peligroso que los hombres sean ingratos
a Dios, pues, olvidándose de sus beneficios, ni se afligen por la corrección ni
se alegran por el perdón. Temo, amabilísimos, que esos tales sean reprendidos
por la voz profética que dice: los has castigado y no se han dolido; los has
corregido con azotes, pero no han querido escarmentar. Pues ¿qué corrección muestran
tener aquellos en los que hay tanta aversión?. Me avergüenza decirlo, pero es
necesario hablar. Tienen más cuenta de los demonios que de los apóstoles y son
más frecuentados los espectáculos nocivos que los santos sepulcros de los
mártires. ¿Quién ha reformado esta ciudad para la salvación?. ¿Quién la arrancó
del cautiverio?. ¿Quién la defendió de la muerte?. ¿Los juegos del circo o el
cuidado de los santos?. Por sus ruegos se ha mudado la sentencia de la
severidad divina, para que los que merecían la ira fueran perdonados.
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