Saludos al noble Marco Tulio Cicerón de su amigo Julio
César.
Carísimo. Me alegró mucho recibir tu carta y enterarme de
que las cosas te van bien y de que has triunfado en tus últimos casos
importantes. ¡Qué hombre es nuestro Cicerón!. ¡Qué patriota!. Sólo necesita
hacerse político para ser completo y en alegro al pensar que considera eso como
su deber. ¿Cuándo me vas a comunicar que te casas?. Un hombre no está completo
sin esposa y puedo decirlo por experiencia. Ya sabes que me enfrenté a Sila a
pesar de sus amenazas y de que me quitó el sacerdocio, y no quise dejar a mi
Cornelia. Y es que, como tú tantas veces me has dicho: "Es mejor obedecer
a Dios que a los hombres". Por lo tanto es que debo ser virtuoso a los
ojos de Dios, ya que he honrado la santidad del matrimonio.
¡Ay!. Sentí mucho la muerte de Sila en Puteoli, sólo un año
después de que resignara el cargo de dictador de Roma. Pero ya me lo esperaba,
ya que aunque ni su rostro ni su complexión indicaban que estuviera tan
pletórico que corriera el riesgo de un apoplejía, era un hombre de grandes
pasiones y carácter violento. Detestó y odió a muchos; pero por razones de
Estado evitó manifestar tales sentimientos y tal represión acabó siendo mortal
para su cuerpo y para su alma. Lástima que su recuerdo quede manchado por el
hecho de que muriera de repente en brazos de su última actriz favorita, pues
esto macula la verdadera imagen de un hombre estoico y espiritual. Pero
alegrémonos de que viviera lo bastante para terminar sus memorias. Estoy
impaciente por leerlas.
Marco, en tu última carta me dices que temías que fuera
ambicioso. ¿Es malo ambicionar de todo corazón el servir a tu país con
honestidad y bravura?. Si eso es ambición, ¡ojalá los romanos vuelvan a tener
esa virtud inapreciable!. Tú, que sobre todo, deberías alegrarte de que haya
hombres ambiciosos. ¿Por qué has de acusarme de lo que por lo visto consideras
algo funesto?. Yo no soy más que un humilde soldado, que sirve a su general en
esta provincia calurosa, rebelde y desagradecida. Mi ambición es servirlo bien.
Aunque parezca inmodestia te diré que ni pretendo conseguir ni ambiciono la
Corona Civica por haber salvado la vida de un camarada en Mitilene. Riéte si
quieres.
Mi general piensa enviarme a las órdenes de Servilia
Isaúrico a luchar contra los piratas de Cilicia. Son unos piratas muy audaces,
una raza compuesta de antiguos fenicios, hititas, egipcios, persas, sirios,
árabes y otros residuos del Gran Mar. Sin embargo, no podemos por menos de
admirar su valor y atrevimiento, pues han llegado a desafiar a Roma. Es como si
una hormiga desafiara a un tigre. No han vacilado en atacar buques romanos y en
asesinar a nuestros marinos y robar sus cargamentos. Acabaremos con ellos
rápidamente.
Prudentemente no me has dicho en tu carta la impresión que
te merece Lépido, nuestro actual dictador y yo también seré discreto, aunque tú
dudes de que posea esa virtud.
Sin embargo, te diré que aunque es un hombre rico, no posee
la fortuna que poseía Sila. seguro que no te referías a él cuando citaste
aquellas frases de Aristóteles: "¡Mala cosa es que los cargos más
importantes puedan ser comprados!. La Ley que permite este abuso da más importancia
a un político rico que no a uno noble y entonces todo el Estado se vuelve
avaricioso. Porque cuando los jefes de Estado consideran que todo es honorable,
seguro que los ciudadanos siguen su ejemplo y donde la capacidad no ocupa el
primer lugar, no hay verdadera aristocracia de mente y espíritu". No, no
te referías a Lépido.
O ¿es posible que quisieras advertirme?. ¡Increíble!. Es
cierto que no carezco de medios; pero también es verdad que no hay ningún cargo
en Roma que me tiente comprar, prque no me apetece ninguno.
Me gustaría que no fueras siempre tan ambiguo; pero posees
la sutileza de los abogados, que está por encima de la capacidad de comprensión
de un humilde soldado como yo.
Esperaba haberme podido encontrar alguna vez con tu hermano
Quinto; pero el destino ha querido que la vez que estuvimos más cerca, nos
separara una distancia de dos leguas. He oído que su general lo tienen en alto
aprecio y estima. Es un romano noble, a pesar de su ingenuidad.
Carísimo, tengo el presentimiento de que pronto volveremos a
vernos. Ya sabes que siempre te he querido mucho y te he tenido como un ejemplo
de probidad y virtud. Espero regresar a Roma una vez hayamos exterminado a los
piratas, cosa que no creo que tarde. Mientras tanto, vayan mis mejores deseos
para mi amigo y guía de mi juventud. Considera como si te hubiera abrazado y
besado en la mejilla. También beso la mano de tu querida madre y la mejilla de
tu padre, como si fuera hijo suyo. Que mi patrón, Júpiter, derrame sobre
vosotros sus favores y que mi antepasada Venus te permita encontrar una
doncella conveniente a la que hagas tu esposa y que Cupido, hijo de Venus, te
atraviese el corazón con su flecha más deliciosa.
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