San Agustín relata la conmovedora historia de Apilio, un
joven cristiano cuyos compañeros lo arrastraron contra su voluntad a presenciar
un combate de gladiadores: habiendo cerrado por un instante las puertas de los
ojos, se negó a abrirlos; pero finalmente lo hizo y de inmediato quedó
embriagado con un sangriento placer.
(San Agustín en "Confesiones")
Alipio llegaría a ser obispo.
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