En la época en que el imperio
romano aun existía, las arcas publicas de muchas ciudades debían costear la
paga de los soldados si querían que estos hiciesen su ronda de vigilancia a lo
largo de las murallas de la frontera del Danubio. Cuando este arreglo concluía,
las formaciones militares se disolvían y, al mismo tiempo, se dejaba que las
murallas se deterioraran. Sin embargo, la guarnición de Batavis, siguió en su
puesto. Algunos de sus miembros habían partido a Italia para traer a sus
camaradas la ultima paga, pero en el camino fueron aplastados por los bárbaros
sin que nadie se enterara. Un día en que Severino estaba leyendo en su celda
cerro súbitamente el libro y comenzó a suspirar profundamente y a llorar a
lagrima viva. Dijo a los presentes que partieran rápidamente en dirección al río
(el Inn), que, declaro, se hallaba a esa hora tenido del rojo de la sangre
humana. Y en ese momento llego la noticia de que los cadáveres de los
mencionados soldados habían sido arrojados a la orilla por la corriente del
río.
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