¡Si alguna vez hubiéramos necesitado que nos recordasen cuán grave
es para Roma el problema de los piratas, el saqueo de Ostia y la captura de
nuestro primer envío de grano siciliano, hace sólo tres meses debería haber supuesto un gigantesco
estímulo!. ¿Y qué hemos hecho para
limpiar el Mare Nostrum de esta nociva plaga?. ¿Qué hemos hecho para
salvaguardar el abastecimiento de grano, para asegurar que los ciudadanos de
Roma no padezcan hambrunas o no tengan que pagar por el pan más de lo que
pueden permitirse, siendo como es el pan un alimento de primera necesidad?.
¿Qué hemos hecho para proteger a nuestros comerciantes y a sus bajeles?. ¿Qué
hemos hecho para impedir que secuestren a nuestras hijas, que rapten a nuestros
pretores? Muy poco, miembros de la plebe. ¡Muy poco!.
Lo poquísimo que hemos hecho desde que Antonio el Orador intentó
llevar a cabo una purga de piratas hace más de cuarenta años tuvo sus inicios
como consecuencia del reinado de nuestro dictador, cuando su leal aliado y
colega Publio Servilio Vatia fue a gobernar Cilicia con órdenes de barrer a los
piratas. Tenía pleno imperium de procónsul, y autoridad para reunir flotas de
todas las ciudades y estados afectados por los piratas, incluidas Chipre y
Rodas. Empezó en Licia, y se las vio con Zenicetes. ¡Le costó tres años
derrotar a un solo pirata!. Y ese pirata tenía la base en Licia, no entre las
rocas y los riscos de Panfilia y Cilicia, donde se encuentran los peores
piratas. El resto del tiempo que pasó en el palacio del gobernador en Tarso lo
dedicó a hacer una hermosa guerrita contra una tribu de campesinos de tierra
adentro, unos destripaterrones panfilios, los isauros. Cuando los derrotó y
tomó cautivas a sus dos patéticas aldeas, nuestro precioso Senado le dijo que
añadiera un nombre extra a Publio Servilio Vatia... Isáurico. ¡Por favor!.
Bien, Vatia no resulta muy inspirador, ¿no es cierto?. ¡Llamarse de sobrenombre
«rodillas juntas»!. ¿Se le puede reprochar a ese pobre tipo que quisiera pasar
de ser un Publio de la rama plebeya de los Servilios que tiene las Rodillas
Juntas, a Publio Servilio Rodillas Juntas el Conquistador de los Isauros?.
¡Debéis reconocer que Isáurico le añade un matiz de lustre más a un nombre de
otro modo deslustrado!.
El siguiente capítulo de esta saga sucedió en la isla de Creta y alrededores. Por
el único motivo de que a su padre el Orador, ¡un hombre mucho mejor y más capaz
que aún no había logrado hacer el trabajo!, el Senado y el pueblo de Roma le
habían encomendado eliminar la piratería en el Mare Nostrum, Marco Antonio hijo
se apropió de la misma misión hace unos siete años, aunque esta vez sólo el
Senado se la encomendó, gracias a las nuevas normas de nuestro dictador. El
primer año de su campaña Antonio orinó vino sin diluir en todos los mares al oeste
del Mare Nostrum y reclamó para sí una victoria o dos, pero nunca presentó
pruebas tangibles de ello, como despojos o restos de naves. Luego, hinchando
las velas a base de eructos y pedos, Antonio se fue de parranda camino de Grecia.
Una vez allí salió, lleno de resolución, durante dos años a luchar contra los
almirantes piratas de Creta, con las desastrosas consecuencias que todos conocemos.
¡Lastenes y Panares le dieron, sencillamente, una paliza!. Y al final, al
destrozado hombre de tiza, ¡porque eso es lo que significa también Cretico!, no
le quedó más remedio que quitarse la vida para no dar la cara ante el Senado de
Roma, que le había encomendado la misión.
Después vino otro hombre de brillante apodo, ese Quinto Cecilio
Metelo, que es nieto de Macedónico e hijo de Macho Cabrío: Metelo Cabrito. ¡Sin
embargo, por lo visto ese Metelo Cabrito aspira a ser otro Cretico!. Pero, ¿resultará
que Cretico significa el conquistador de los cretenses o el hombre de tiza?.
¿Qué os parece a vosotros, colegas plebeyos?. Y todo eso, queridos amigos, nos lleva al presente. ¡A la debacle
de Ostia, al estancamiento de Creta, a la inviolabilidad de cualquier refugio
pirata desde Gades, en Hispania, hasta Gaza, en Palestina!. ¡No se ha hecho
nada!. ¡Nada!.
¿Qué podemos hacer?. La
respuesta es muy simple, miembros de la plebe. Buscamos a un hombre que ya haya
sido cónsul, para que no quepa la menor duda acerca de cuál es su posición
constitucional. Un hombre cuya carrera militar no se haya abierto camino
luchando desde los primeros bancos del Senado, como la de algunos a quienes yo
podría nombrar. Buscamos a ese hombre. Y cuando digo buscamos, colegas
plebeyos, me refiero a nosotros, los miembros de esta Asamblea. ¡No al Senado!.
El Senado ya lo ha probado todo, desde rodillas que se juntan al caminar hasta
sustancias cretáceas, y todo sin éxito alguno, así que yo digo que el Senado
debe abrogar su poder en este asunto, que nos afecta a todos. Repito, buscamos
a un hombre que sea un consular de habilidad militar demostrada. Y luego
nosotros le encomendaremos la misión de limpiar el Mare Nostrum de toda clase
de piratería, desde las Columnas de Hércules hasta la desembocadura del Nilo, y
de limpiar también el mar Euxino. Nosotros le daremos a ese hombre un plazo de
tres años para que lo haga, y en esos tres años tendrá que haber terminado el
trabajo... porque si no lo hace, miembros de la plebe... ¡si no lo hace, nosotros
lo acusaremos, lo juzgaremos y lo desterraremos de Roma para siempre!.
Ese hombre necesita tener absoluta autonomía. No debe estar
sometido a ninguna restricción por parte del Senado ni del pueblo una vez que
comience. Eso, naturalmente, significa que le dotaremos de un imperio
ilimitado... ¡pero no sólo en el mar!. Su poder debe extenderse hasta cincuenta
millas tierra adentro en todas las costas, y dentro de esa franja de tierra sus
poderes tienen que ser superiores al imperio de cualquier gobernador provincial
afectado. Deben concedérsele por lo menos quince legados de categoría
propretoriana y la libertad de elegirlos y desplegarlos él mismo, sin que nadie
le ponga obstáculos. Si hace falta se le facilitará todo el contenido del
Tesoro, y debe otorgársele igualmente el poder de reclutar todo lo que
necesite, desde dinero hasta barcos y milicia local, en cada uno de los lugares
que entren dentro del alcance de su imperium. Debe disponer de tantos barcos,
flotas y flotillas como exija, y tantos soldados de Roma como pida.
¡Si concedemos este mando especial contra los piratas a un solo
hombre, miembros de la plebe, entonces puede que veamos el final de la
piratería!. Pero si permitimos que ciertos elementos del Senado nos achanten o
nos lo impidan, entonces nosotros, y no ningún otro cuerpo de hombres romanos, seremos,
por nuestro fracaso a la hora de actuar, los responsables directos de los
desastres que ocurran. ¡Librémonos de la piratería de una vez por todas!. Ya es
hora de que prescindamos de las medidas a medias y de los compromisos, y de que
dejemos de dar coba a la supuesta importancia de familias e individuos que
insisten en que el derecho de proteger a Roma les pertenece sólo a ellos. ¡Ha
llegado el momento de acabar con esta actitud pasiva de no hacer nada!. ¡Hay
que empezar a hacer bien las cosas!. ¡Propongo que quien reciba de nosotros
este mando sea Cneo Pompeyo Magno!. ¿Lo aceptaréis para este encargo?.
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