Pelagio (en latín Pelagius) fue un monje britano, ascético y
acusado de heresiarca, que vivió entre los siglos IV y V d. C. Sufrió una dura
persecución por parte de la Iglesia de Roma tras enseñar ideas consideradas
heréticas por los líderes de ésta, como su negación del posteriormente llamado
"dogma del Pecado Original". Paradójicamente, antes de esto había
gozado de cierta popularidad entre la curia romana y el propio san Agustín de
Hipona, que luego sería uno de sus más feroces críticos, llegó a definirle como
«santo varón». Sus ideas fundarían posteriormente la corriente
"herética" llamada pelagianismo.
Se ignora la fecha y lugar
exactos de su nacimiento, aunque se cree que éste pudo acontecer alrededor del
354 d. C. en algún punto de las islas británicas (probablemente Gran Bretaña,
aunque se ha sugerido que podría ser irlandés). Estudió teología y hablaba
griego y latín con fluidez, pero a pesar de que había servido como monje
durante años, nunca llegó a ser realmente un clérigo. Comenzó a ser conocido en
torno al año 400, cuando viajó a Roma. Aquí escribió algunas de sus mayores
obras, como De fidi Trinitatis libri III, Eclogarum ex divinis Scripturis liber
unus y un comentario sobre las epístolas de San Pablo. La mayor parte de estos
trabajos se han perdido hoy en día, sobreviviendo escasos fragmentos citados
precisamente por sus oponentes.
En Roma, Pelagio observó con
preocupación el relajamiento de la moral cristiana en la sociedad, culpando de
éste a la teología de la gracia divina que predicaban San Agustín y otros
monjes. Se dice que en torno al año 405 oyó una cita de las Confesiones de San
Agustín que decía Dame lo que tú ordenes y ordena lo que tú hagas. Pelagio
mostró su preocupación ante la idea que esta nota encerraba, ya que la
consideraba contraria a los postulados tradicionales del Cristianismo sobre la
gracia y el libre albedrío y sostenía que reducía al hombre al papel de mero
autómata. Que por todo esto, todo el mundo tiene este nombre. Cuando las tropas
de Alarico I tomaron y saquearon Roma en 410, Pelagio abandonó la ciudad junto
a su discípulo Celestio y se instaló en Cartago, donde continuó expandiendo su
doctrina y llegó a conocer en persona a San Agustín.
Es difícil exponer una visión
imparcial de Pelagio y su influencia. Tanto la Iglesia de Roma como las
doctrinas protestantes lo consideran herético y condenan sus trabajos, hasta el
punto de que se han acusado de pelagianismo entre sí en varias ocasiones a lo
largo de la Historia. La Iglesia ortodoxa, por su parte, no ha llegado nunca a
pronunciarse sobre el tema, pasándolo por alto.
La rápida difusión del
pelagianismo en torno a Cartago, zona donde San Agustín tenía su principal
base, hizo que éste y sus seguidores fueran quienes atacaran de forma más
pronta y dura las doctrinas de Pelagio. Entre 412 y 415, San Agustín escribió
cuatro obras dedicadas únicamente a discutir el pelagianismo: De peccatorum
meritis et remissione libri III, De spiritu et litera, Definitiones Caelestii y
De natura et gratia. En ninguna de ellas llega a mencionar a Pelagio o Celestio
por sus nombres, pero resulta evidente que se refiere a ellos en varias
ocasiones. Entre las ideas más fuertemente defendidas por San Agustín (y
rechazadas por los pelagianistas) están la existencia del pecado original, la
necesidad del bautismo en la infancia, la imposibilidad de no cometer pecado si
se vive al margen de Cristo y la necesidad de la gracia de éste.
Debido a la oposición surgida
en África, Pelagio abandonó Cartago y se instaló en Palestina, donde ofreció su
amistad al obispo Juan de Jerusalén. No obstante, también encontró oposición
aquí, fundamentalmente en la figura de San Jerónimo de Estridón, monje de Belén
que escribió contra él en una carta a Ctesifonte (Dialogus contra pelagianos) y
sobre todo en la de Orosio, un discípulo hispanorromano de San Agustín que
había sido enviado allí expresamente para aumentar la oposición contra Pelagio.
En julio de 415, el obispo de Jerusalén convocó un sínodo para discutir la
cuestión pelagiana, fracasando Orosio en su exposición debido a que la hizo en
latín cuando la mayoría de los presentes sólo hablaba y entendía el griego.
Esta primera reunión acabó con una cierta inclinación por las tesis de Pelagio
acerca de la ausencia del pecado original.
Apenas unos meses después, en
diciembre de 415, se convocó otro sínodo en Dióspolis (Lod) presidido por un
obispo de Cesarea e iniciado por dos obispos que habían colgado los hábitos
llegados de Palestina. No asistieron obispos por otras razones que no fueran la
principal y Orosio estuvo ausente debido a la oposición del obispo Juan.
Durante su turno, Pelagio expuso su idea de la necesidad de Dios en la
salvación humana, al tiempo que trataba de distanciarse de algunas posiciones
de Celestio. Así mismo, mostró varias cartas de recomendación ante los
asistentes, una de ellas escrita años atrás por el propio san Agustín.
Una vez concluido el Sínodo de
Dióspolis, los asistentes dieron su aprobación a Pelagio, considerando que sus
doctrinas no quedaban fuera de los postulados de la Iglesia.
Cuando Orosio regresó a África,
se convocaron dos sínodos en los que se condenó a Pelagio y Celestio, a pesar
de que ninguno de los dos asistió a ellos. Con el fin de dotarlos de validez,
san Agustín y otros cuatro obispos escribieron una carta al papa Inocencio I,
instándole a condenar el pelagianismo. Éste accedió sin mucha presión, pero
murió poco después, en marzo de 417. Su sucesor fue Zósimo.
Antes de ser condenado
definitivamente, Pelagio escribió una última carta al papa, De libero arbitrio
libri IV, en la que trataba de convencerle una vez más de que sus creencias no
entraban en conflicto con las defendidas por la Iglesia. El texto, no obstante,
nunca llegó a ser leído por Inocencio, ya que llegó a Roma después de la muerte
de éste y la entronización de Zósimo en 417. En su interior, Pelagio defendía
que el bautismo infantil era necesario para conseguir la entrada en el Reino de
Dios, pero no para conseguir la vida eterna, pues no acababa realmente con el
pecado original, sino que el fiel debía evitar éste mediante la Gracia obtenida
al estudiar las escrituras y oír los sermones. Tras leer la carta, Zósimo
(mucho menos estricto que su predecesor) le declaró inocente.
El hecho de que Pelagio y
Celestio no fueran finalmente juzgados como herejes, sorprendió enormemente a
san Agustín, que convocó un nuevo sínodo en Cartago en 418. Allí expuso nueve
creencias defendidas por la Iglesia que eran negadas por el pelagianismo:
La muerte es producto del pecado,
no de la naturaleza humana.
Los niños deben ser bautizados
para estar limpios del pecado original.
La "gracia
justificante" (gratia gratum faciens) cubre los pecados ya cometidos y
ayuda a prevenir los futuros.
La gracia de Cristo proporciona
la fuerza de voluntad para llevar a la práctica los mandamientos divinos.
No existen buenas obras al
margen de la Gracia de Dios.
La confesión de los pecados se
hace porque son ciertos, no por humildad.
Los santos piden perdón por sus
propios pecados.
Los santos también se confiesan
pecadores porque realmente lo son.
Los niños que mueren sin
recibir el bautismo son excluidos tanto del Reino de Dios como de la vida
eterna.
Este canon fue aceptado como
una creencia universal por la Iglesia, provocando la desaparición del
pelagianismo en Italia. En la actualidad, la Iglesia católica sigue defendiendo
los ocho primeros puntos, pero rechaza el noveno al considerar que los niños
que mueren sin ser bautizados "quedan confiados a la misericordia de
Dios".
Después de Dióspolis, Pelagio
escribió dos obras perdidas hace tiempo, "De la Naturaleza" y
"Del Libre Albedrío", en las que volvía a defender su concepción de
la naturaleza del pecado y arremetía una vez más contra San Agustín, acusándole
de estar bajo la influencia del Maniqueísmo al elevar el mal al mismo nivel que
Dios, y de contaminar la doctrina cristiana con un fatalismo de origen pagano,
según él.
San Agustín se convirtió
efectivamente al cristianismo desde el maniqueísmo, doctrina que sostenía la
existencia de un espíritu puro creado por Dios en oposición a un cuerpo
corrupto y malvado, no creado por éste de forma directa. Pelagio discutió la
idea de que los humanos pudiesen ser condenados al infierno por hacer algo que
en realidad no podían evitar, el pecado, y la identificó con ideas típicas del
maniqueísmo, como el fatalismo y la predestinación, totalmente ajenas al
concepto de libre albedrío de la humanidad. De acuerdo con los pelagianistas,
estos restos de creencia fatalista se apreciaban especialmente en las
enseñanzas de Agustín sobre la caída de Adán, que todavía no eran de uso
corriente en el momento de iniciarse la confrontación entre ambos. En oposición
a ello, Pelagio y sus seguidores defendían que la humanidad era capaz de evitar
el pecado, y que la elección de obedecer las órdenes de Dios era
responsabilidad de cada persona. Tal idea, sin embargo, no era original de
Pelagio y ya en la misma época era defendida en mayor o menor medida por varios
pensadores, entre los que no faltaban algunos enfrentados a los pelagianistas
por otras cuestiones.
Un ejemplo de la visión
pelagiana acerca de la "habilidad moral" para no pecar se puede
encontrar en su Carta a Demetria. Mientras se hallaba en Palestina, en 413,
Pelagio recibió una carta de la renombrada familia Anicia de Roma. Una de las
nobles damas de ésta, que figuraba entre sus seguidores, había escrito a varios
teólogos occidentales, entre los que se encontraban San Jerónimo y posiblemente
San Agustín, en busca de adoctrinamiento moral de su hija de 14 años, Demetria.
Pelagio empleó la carta de respuesta para defender su discurso sobre la
moralidad, enfatizando sus ideas sobre la santidad del hombre y su capacidad
para elegir una vida donde primase ésta. La carta es probablemente el único escrito
que sobrevive escrito de la propia mano de Pelagio, gracias a que,
irónicamente, se creyó durante siglos que su autoría correspondía a Jerónimo de
Estridón, si bien el propio San Agustín ya hacía referencia al texto y su
autoría en su trabajo De la gracia de Cristo.
Pelagio murió probablemente en
Palestina en el año 420, según se desprende de algunas fuentes, aunque otras
llegan a adjudicarle veinte años más de vida. En cualquier caso, se ignoran las
causas y circunstancias de su fallecimiento. Algunos autores sospechan que fue
ejecutado, mientras que otros apuntan a que Pelagio pudo huir de los
territorios romanos y empezar una nueva vida exiliado en algún lugar de África
o el Próximo Oriente.
Las doctrinas pelagianas se
siguieron difundiendo tras la muerte de su autor, aunque posiblemente
modificadas por los propios seguidores de Pelagio o sus enemigos. Durante un
tiempo, el pelagianismo y el semipelagianismo tuvieron seguidores en Britania,
Palestina y el norte de África.
The Pelagius Book, de Paul
Morgan, es una novela histórica que presenta a Pelagio como un refinado
humanista que enfatiza la responsabilidad del individuo frente al fatalismo
feroz de san Agustín. En otras novelas, Pelagio tiene apariciones fugaces o es
citado en varias ocasiones. Ejemplos de esto son los libros The Black Rood, de
Stephen Lawhead, donde Pelagio mantiene una discusión con San Patricio, y la
serie A Dream of Eagles de Jack White, uno de cuyos personajes principales es
un fiel seguidor de las ideas pelagianas en torno al libre albedrío, razón por
la cual acaba entrando en conflicto con los representantes de la Iglesia.
En cuanto al cine, la figura de
Pelagio aparece empleada como macguffin en la reciente película El rey Arturo:
La verdadera historia que inspiró la leyenda (King Arthur, 2004) dirigida por
Antoine Fuqua, donde se menciona que fue el mentor del joven Arturo. Al
conocer la noticia de su ejecución, Arturo decide renunciar a su lealtad al
Imperio romano y ayudar a los britanos y pictos en su lucha contra los
invasores sajones. En la versión estrenada en cines de la película, Pelagio no
aparece caracterizado, aunque en la versión extendida para DVD se le puede ver
en una escena donde conversa con Arturo de niño.
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