Al comienzo de su carrera, siendo cuestor en Hispania
Ulterior, Julio César vio en Cádiz una estatua de Alejandro Magno y lanzó un
profundo suspiro como si lamentara su indolencia, pues todavía no había hecho
nada significativo, mientras que Alejandro, a su misma edad, ya había
conquistado el mundo.
( Suetonio en "El divino Julio")
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