Adriano, nacido en Itálica, fue nombrado emperador como
sucesor de Trajano, que no tenía descendencia directa. De carácter
diametralmente opuesto al de su antecesor, era un enamorado de la cultura
griega que prescindió de la vieja camarilla de Trajano.
Fue siempre contrario a las guerras, pero cuidó de que
el ejército se mantuviera disciplinado y entrenado.
La vida intelectual floreció en los años de su
gobierno, con historiadores como Arriano, Plutarco y Lucio Anneo Floro.
Roma vio cómo se erigían construcciones como el
Panteón, el Templo de Venus o Tívoli, y también en las provincias se construyeron
magníficos edificios costeados por el emperador. Adriano prestó especial
interés a las provincias del Imperio y su administración fue fundamental para
el futuro del Imperio.
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