domingo, 18 de noviembre de 2018

DISCURSO DEL DICTADOR CÉSAR EN EL SENADO NEGÁNDOSE A ACEPTAR HONORES Y A SER REY DE ROMA



Honorable cónsul inferior, cónsules, pretores, ediles, tribunos de la plebe y padres conscriptos del Senado, os he convocado para informaros de que esos honores que insistís en otorgarme deben cesar de inmediato. Está bien que el dictador de Roma reciba ciertos honores, pero únicamente los honores apropiados para un hombre. ¡Un hombre!. Un miembro corriente de la gens humana, no un dios ni un rey. Hoy algunos de vosotros me habéis presentado unos honores que infringen nuestro mos maiorum y a nivel público me parecen de extremado mal gusto. Nuestras leyes están grabadas en bronce, no en plata, y de bronce deberán ser todas las leyes. Las vuestras eran de plata con inscripciones de oro, dos metales preciosos que tienen otros usos mucho más adecuados que las placas de leyes. He ordenado que las destruyan y que el metal sea devuelto al Erario.

 

Padres conscriptos, quiero advertiros que estas señales ridículas de adulación deben terminar. No las he pedido, no las deseo y no pienso aceptarlas. Éste es mi dictado y será obedecido. ¡Esta Cámara no aprobará ningún decreto que pueda interpretarse como un intento para coronarme rey de Roma!. Tal título fue abrogado cuando nació la República, es un título aborrecible. ¡Yo no necesito ser rey de Roma!. Soy el dictador de Roma, legalmente nombrado, y eso es todo lo que voy a ser.

 

Y que lleve las botas escarlata de los reyes no quiere decir que pretenda ser Rey de Roma. Las llevo sencillamente porque me abrigan más las piernas. Como sacerdote de Júpiter Lacial, tengo derecho a llevar las botas sacerdotales. Y no voy a aceptar falsas suposiciones sobre esta premisa.

 

Eso es todo lo que tenía que decir sobre la cuestión de los honores. Sin embargo, para subrayar mi intención, para demostraros a todos de forma concluyente que no soy más que un hombre, un romano, y no deseo absolutamente nada más de lo que mi rango me otorga, ahora mismo voy a despedir a mis veinticuatro lictores. Los reyes necesitan guardaespaldas y los lictores de un magistrado curul representan el equivalente republicano de los guardaespaldas. Por lo tanto, voy a desplazarme a mis asuntos oficiales sin ellos siempre que esté dentro de un radio de dos kilómetros de Roma.

 

Voy a ordenar al jefe de los lictores que se lleve a sus  hombres al colegio de lictores. Cuando los necesite se lo comunicaré. No puedo despedir a los propios lictores es ilegal, pero si prescindir de ellos cuando lo desee. No son las fasces ni quienes las portan quienes dan poder a un magistrado curul. Ese poder reside en la lex curiata. Hoy es un día laborable, así que id a atender vuestros asuntos. Pero recordad lo que he dicho. En ninguna circunstancia aceptaré la idea de dirigir Roma como rey. Rex es una palabra, nada más. César no necesita ser Rex. Ser César es suficiente.


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