Tienes
que saber que casi todos los comandantes pierden el combate antes de salir al
campo a librarlo. ¿De qué manera?.Principalmente, de dos. Los hay que saben tan
poco del arte del mando que en realidad creen que lo único que tienen que hacer
es señalar el enemigo a las legiones y quedarse atrás viendo cómo actúan. Y hay
otros que tienen la cabeza tan atiborrada de manuales y hazañas de generales de
su juventud, que siguen los textos, y eso es buscarse la derrota. ¡Porque cada
enemigo, cada batalla, Cayo Julio, es distinta!. Hay que enfocarla con el
respeto propio de una situación irrepetible. Ante todo la noche anterior hay
que planificar lo que se va a hacer sobre un pergamino en la tienda de mando,
aunque no considerándolo definitivo. Se espera a trazar el plan definitivo una
vez avistado el enemigo y el terreno en la mañana del combate; cómo está
dispuesto y cuáles son sus puntos débiles. ¡Y entonces se decide!.
Las ideas preconcebidas suelen ser fatales, y
la situación puede cambiar conforme evoluciona el combate, porque todas las
etapas son únicas. Puede cambiar el ánimo de las tropas, o el terreno enfangarse
antes de lo previsto, o levantarse una polvareda que no te deja ver los
sectores, o el general enemigo lanzar un ataque sorpresa, o surgir fallos o
errores en tu propio plan o en el plan del enemigo.
¿Me
preguntaste si nunca puede desarrollarse una batalla según lo planificado la
víspera?. Pues te digo que alguna vez ha sucedido, pero es muy raro, pequeño
César. Recuerda siempre que, independientemente de lo que hayas planeado y por
complicado que sea el plan, hay que estar preparado para modificarlo en un
abrir y cerrar de ojos. Y hay también otra regla de oro, muchacho: que el plan
sea lo más sencillo posible. Los planes sencillos siempre dan mejor resultado
que los engendros tácticos, aunque sólo sea por la simple razón de que el
general no puede llevarlo a cabo sin recurrir a la cadena de mando. Y la cadena
de mando se degrada progresivamente según lo distante que esté del general.
Es
primordial que un general debe tener un estado mayor con gran experiencia y
entrenado a la perfección. Por eso un buen general no deja de dirigirse siempre
a sus tropas antes de la batalla. Y no es por reforzar su moral, jovencito,
sino para que los oficiales sepan qué planes tiene, pues, conociéndolos, pueden
interpretar las órdenes al final de la cadena de mando.
Siempre
vale la pena conocer a los soldados. Y vale la pena asegurarse de que te
conocen. Y que les gustas. Si el general gusta a la tropa, ésta se afana más y
se arriesga más. A los soldados se les puede decir todos los epítetos que
quieras, pero nunca darles motivo para que crean que los desprecias. Si conoces
a tus oficiales y ellos te conocen, con veinte mil legionarios romanos derrotas
a cien mil bárbaros.
Hay
que ser soldado antes de ser general, una ventaja que muchas veces no tienen
los patricios romanos que acceden al cuestorado, pretorado o al consulado. Y es
más: si no has sido soldado antes de ser general, no puedes ser un auténtico
general. Los mejores generales siempre han sido soldados. Mira Catón el Censor.
Cuando tengas edad de ser cadete, no te quedes detrás de las líneas al servicio
de tu comandante, ¡ve a primera línea a combatir!. Deja a un lado tu nobleza, y
combate en primera línea al lado de los legionarios. Siempre que haya una
batalla, conviértete en oficial. Si el general presenta objeciones y quiere
hacerte recorrer el campo llevando órdenes, dile que prefieres luchar. Y no te
lo prohibirá porque no es algo que sea frecuente. Debes combatir como un
soldado raso. Si no, cuando alcances el mando, ¿cómo vas a entender las
vicisitudes de los soldados en primera línea?. ¿Cómo vas a saber qué los
atemoriza, qué los arredra, qué los anima y les hace embestir como toros?.
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