¡Contemplad!. Ruido estruendoso por todas partes. Vivo encima de unos
baños públicos. Imagínate la gran variedad de gritos desesperantes que pueden
llegar a mis oídos. Oigo a los culturistas ejercitando sus brazos levantando
pesas de plomo, esforzándose, o al menos fingiendo esforzarse; oigo sus
gruñidos y gemidos al levantar el peso y cuando sueltan el aliento los oigo
resollar y respirar entrecortadamente. Luego tengo que soportar a un tipo más
vago, que se conforma con un masaje barato con aceite; oigo el ruido de las
manos golpeando sus hombros, los diferentes sonidos según le masajeen con la
mano abierta o con el hueco. Y todavía hay más, ¡si un jugador de pelota se une
al escándalo contando los puntos que logra ya es el colmo!. Súmale a esto la
gente vulgar gritándose unos a otros, el ladrón al que cogen con las manos en
la masa y al tipo al que le gusta oír su propia voz resonando por los baños
junto a otros que cantan, aunque éstos al menos tienen voces decentes. ¡Y aún
hay más!. Los que se lanzan a la piscina de golpe provocando un horrible
estruendo. Piensa además en esos esclavos que se dedican a depilar axilas
gritando continuamente para anunciarse con su chillona y estridente voz, y que
no cesan a menos que estén efectivamente depilándole a alguien la axila,
haciéndoles entonces gritar a ellos. En medio de todo esto están los gritos
entremezclados de muchos vendedores: el vendedor de pasteles, el de salchichas,
el confitero, los vendedores de comida, todos anunciando sus productos con sus
gritos característicos. Mientras tanto, fuera del apartamento, preciso, coches
de caballos traqueteando, mazazos procedentes de un taller cercano, un afilador
de sierras trabajando allí al lado y, para acabarlo de arreglar, un vendedor de
flautas que no sabe cantar, así que se limita a gritar todo el rato.
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