Declaro
la guerra contra Roma. Ya ha llegado la hora. No por decisión mía, y
seguramente tampoco por decisión de ellos, sino provocada por tres delegados
romanos codiciosos que sólo aspiran invadir mi reino para apoderarse de mi oro.
Estoy decidido. Haré la guerra a Roma. El Ponto entrará en guerra. El Ponto
dará una lección a Manio Aquilio y a Cayo Casio, esos codiciosos legados
romanos que sólo ambicionan apoderarse de mis riquezas. El Ponto va a ser dueño
de la provincia romana de Asia. Y el Ponto va a cruzar el Helesponto para
irrumpir en Macedonia oriental y avanzar por la Via Egnatia hacia el oeste. El
Ponto hará zarpar sus naves del Euxino rumbo al Egeo para extenderse hacia
occidente. Hasta que Italia y Roma se sometieran a los ejércitos y flotas del
Ponto.
El
rey del Ponto será el rey de Roma, el soberano más poderoso de la historia,
muchísimo más grande que Alejandro Magno. Mis hijos reinarán por todo el orbe en
lugares tan remotos como Hispania y Mauritania, mis hijas serán reinas de todas
las tierras desde Armenia hasta Numidia y la Galia Transalpina. Todos los
tesoros del mundo serán del rey del mundo, todas las mujeres hermosas, ¡las
tierras de todo el orbe!. Y mi yerno Tigranes de Armenia se quedará con el
reino de los partos y se expansionara hacia la India y los misteriosos paises
aún más lejanos, como Serica.
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