Desesperado Octavio Augusto al
conocer la insaciable ninfomanía de su hija Julia que se acostaba con
diversidad de hombres que no eran su esposo Tiberio (que la rechazaba por su
promiscuidad), escribió en su tableta de cera esta única frase, en griego:
"Que la destierren de por vida, pero no me digan dónde".
Entregó a esposa Livia su anillo de sello, para que pudiese escribir
cartas al Senado bajo su autoridad, recomendando el destierro. (El sello, por cierto,
era la gran esmeralda tallada con la cabeza, coronada por el casco, de
Alejandro Magno, de cuya tumba había sido robada junto con una espada, un peto
y otros adminículos personales del héroe por parte del propio César Augusto
cuando estaba en Egipto para capturar a Marco Antonio).
Livia insistía en que lo usara, a pesar de sus escrúpulos -se daba
cuenta de lo presuntuoso del caso-, hasta que una noche Augusto tuvo un sueño
en el cual Alejandro, ceñudo y colérico, le cortó con la espada el dedo en el
cual llevaba el anillo. Entonces hizo que el famoso joyero Dioscórides le
hiciese un sello propio con un rubí de la India, que todos sus sucesores han
usado como símbolo de la soberanía.
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