Lucio
Cesetio Flavo y Cayo Epidio Marulo ¡venid!.¡Ahora mismo, al centro de la sala!.
¡Estoy
harto de que me hagáis quedar en ridículo!. ¿Me oís?. ¿Me entendéis?. ¡Harto! .
Y no pienso soportarlo ni un minuto más. Flavo, Marulo, deshonráis vuestro
puesto.
¿Hasta
dónde se ha rebajado el tribunal de la plebe, cuando algunos de sus componentes
como vosotros creen que pueden comportarse como un par de vándalos
alborotadores?. Si alguien ciñe una cinta blanca a una imagen mía, quitadla por
todos los medios. ¡Con ello ganaríais mi aprobación!. Pero convertirlo en un
escándalo delante de mil personas, ésa es una conducta inaceptable para
cualquier magistrado romano, hasta para el más impávido de los demagogos que se
haya hecho llamar alguna vez tribuno de la plebe. Y si alguna persona de la
multitud hace un comentario ingenioso, dejadla. Una respuesta suave o un chiste
le harán quedar en ridículo. Lo que hicisteis los dos en la Vía Apia es
desmesurado: convertisteis una vulgar scurra del gentío en un circo. ¿De
qué pensabais acusarle?. ¿De alta traición?. ¿De baja traición?. ¿De impiedad?.
¿Asesinato?. ¿Robo?. ¿Desfalco?. ¿Soborno?. ¿Extorsión?. ¿Violencia?.
¿Incitación a la violencia?. ¿Quiebra?. ¿Brujería?. ¿Sacrilegio?. Que yo sepa,
ésos son todos los delitos según la legislación romana. Hacer un comentario
provocativo en público no constituye un delito. Difamar a otros hombres no
constituye un delito. Si lo fuera, Marco Cicerón estaría permanentemente en el
exilio por haber llamado a Lucio Piso mamón y torbellino de codicia, entre
otras cosas. Lo mismo que determinados miembros de esta Cámara, por llamar a
algunos de sus colegas desde comedores de heces hasta violadores de sus propios
hijos. ¿Cómo os atrevéis a convertir un incidente sin importancia en un gran
crimen?. ¿Cómo os atrevéis a vilipendiarme armando tal alboroto por una
nadería?. ¡Esto se acabó!. ¿Me habéis oído?. ¿Me habéis oído bien?. Si un solo
miembro de este cuerpo vuelve tan siquiera a sugerir... y no digo ya a expresar
abiertamente, que quiero ser rey de Roma, que se ande con cuidado. Rex es una
palabra. Tiene implicaciones, pero no es una realidad en nuestra esfera romana.
¿Rex?. ¿Rex?. Si quisiera ser un dirigente absoluto a perpetuidad, ¿para
qué molestarme en llamarme Rex?.¿Por qué no César, sencillamente?. César
también es una palabra. Podría tener el mismo significado que rey. Así pues:
¡cuidado!. Como dictador, puedo arrebataros vuestra ciudadanía romana y
vuestras propiedades. Puedo mandaros azotar y decapitar. ¡Para eso no necesito
ser Rex!. Creedme, padres conscriptos, me están entrando tentaciones.
¡Tentaciones! Eso es todo. Estáis despedidos. ¡Fuera!.
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