A veces, un esclavo situado a cierta distancia le ofrecía
como blanco la palma de su mano derecha, manteniéndola bien abierta, y él, con
un admirable tino, disparaba contra ella sus flechas, logrando que todas
pasaran entre sus dedos sin causarle ningún daño.
( Suetonio en "Vida de Domiciano")
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