miércoles, 30 de agosto de 2017

EL SACRILEGIO DE LA FIESTA DE LA DAMIA EN HONOR A LA DIOSA BONA DEA, POR PARTE DE PUBLIO CLODIO


Existía en Roma una curiosa fiesta, llamada las Damia, de remotos orígenes, probable pervivencia de cultos matriarcales paleolíticos a la Bonna Dea, que reunía durante toda una noche a muchas matronas en la casa de un magistrado cum imperio. Aquel año le había tocado a Julio César y por lo tanto su esposa Pompeya oficiaba como anfitriona. El culto era eminentemente femenino y requería que todos los moradores masculinos abandonaran la casa. El escándalo estalló cuando las celebrantes descubrieron que se había colado un hombre disfrazado de tañedora de arpa. Al principio se pensó que se trataba tan sólo de un curioso que pretendía asistir a sus ritos, pero después de las primeras averiguaciones resultó que lo que el sacrilego pretendía era encontrarse a solas con una dama de la que estaba encaprichado. Una vez dentro de la mansión no daba con la mujer que buscaba y tuvo que preguntar por ella a una criada. Lo hizo atiplando la voz, pero a pesar de ello su interlocutora sospechó que se trataba de un hombre y lo delató.

 

Cuando se extendió la noticia, las mujeres elevaron tal clamor que se conmocionó todo el barrio. La madre de César, la prudente Aurelia, tomó las disposiciones oportunas, como persona de más autoridad: suspendió la fiesta y despidió a las celebrantes.

 

A la mañana siguiente, en Roma no se hablaba de otra cosa. El intruso era un tal Publio Clodio. Se rumoreaba que la dama que iba buscando era Pompeya, la esposa de Julio César. Es posible que César hubiese querido echar tierra al asunto y olvidarlo, pero sus enemigos en el Senado se encargaron de airearlo cuanto les fue posible. Después de discutirlo en solemne sesión, decidieron que se había producido un sacrilegio y ordenaron una encuesta oficial. César, en vista del cariz que tomaban los acontecimientos, repudió a su esposa.

 

Publio  Clodio fue procesado dos meses después. Presentó testigos dispuestos a jurar que cuando ocurrieron los hechos se hallaba con ellos, lejos de la fiesta. Por otra parte las mujeres no estaban seguras de que el hombre descubierto en la fiesta fuera Clodio. Titubeaba el jurado cuando Cicerón desarmó la defensa del acusado revelando que el día de autos el presunto culpable se había entrevistado con él en Roma y por lo tanto mentía cuando aseguraba que se hallaba lejos de la ciudad.

 

Nuevas deliberaciones del jurado y finalmente compareció Julio César, al que preguntaron: « ¿Por qué has repudiado a tu mujer?» . Fue en esta ocasión cuando pronunció aquellas palabras tan repetidas por los políticos de nuestro tiempo: « La esposa de César no sólo debe ser honesta, sino que debe parecerlo» .

 

Deliberó el jurado y emitió su voto. Veinticinco condenatorios; treinta y uno absolutorios. « Éstos son los que se han dejado sobornar por el acusado» , observó Cicerón, al que no se le escapaba un detalle en cuestiones legales. Pero con soborno o sin él, Clodio resultó absuelto.

( Juan Eslava Galán, en "Julio César, el hombre que pudo reinar" )



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