El romano se caracterizaba por su pragmatismo, por sus
dotes de organización y por sus virtudes ciudadanas, a saber: la fidelidad a su
ciudad o a su clan (fides), la devoción (pietas), el valor (virtus),
la independencia (libertas) y, sobre todo, por un concepto absolutamente
moderno: la subordinación del individuo a la ley (ex), fundamento del
derecho romano que es todavía su más valiosa aportación a la cultura
occidental. A estas virtudes ciudadanas el romano unía estimables virtudes
privadas: integridad (probitas), juicio ponderado (consilium),
circunspección (diligentia), autodominio (temperantia), tenacidad
(constantia) y rigor (severitas). A los jóvenes se los educaba en
la obediencia (obsequium), el respeto (verecundia) y la pureza (pudicitia).
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