El primer Marco Fabricio había
sido también el primer comerciante de perlas que había establecido tienda en Roma
cuando las perlas que se vendían procedían de los moluscos de agua dulce, de
las ostras de roca y de arena y de cultivo marítimo, y eran pequeñas y más bien
oscuras. Pero Marco Fabricio era un gran especialista y seguía casi olfateándolo
el rastro de cualquier leyenda, viajando de Egipto a la Arabia nabatea en busca de perlas oceánicas, y
las encontraba. Al principio habían sido decepcionantes por su escaso tamaño y
forma irregular, aunque poseían el auténtico color blanco crema y procedían del
Sinus Arabícus, en los confines de Etiopía. Luego, conforme fue aumentando su fama,
descubrió mercados en los mares de la India y en la isla en forma de pera de
Taprobana, al sur de la India. Por entonces se dio el nombre de Margarita y fundó
el monopolio del comercio de perlas oceánicas. De modo que cuando llegó a la
tercera generación, ya en tiempos del consulado de Marco Micinio Rufo y de Espurio
Postumio Albino, su nieto -otro Marco Fabricio Margarita- estaba tan bien
surtido, que cualquier hombre rico podía tener la seguridad de encontrar en su
tienda la perla que deseara.
En sus tiendas se podían
encontrar, por ejemplo un adamas hindú, una piedra más dura que ninguna otra
sustancia conocida y del tamaño de una avellana, y una smaragdus verde de
brillo interno azulado del norte de la lejana Escitia... y un carbunculus, tan brillante
y luminoso como una ampolla llena de sangre reciente..., que así se llamaban
las piedras preciosas en aquellos tiempos, aparte de la consabida bisutería de
oro y plata.
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