sábado, 18 de marzo de 2017

HERMÁGORAS DE TEMNOS


Hermagoras de Temnos ( finales del siglo II a. C. ) (Hermagoras, Ἑρμαγόρας) fue un destacado retórico griego del tiempo de Cneo Pompeyo y Cicerón. Pertenecía a la escuela rodio, y fue famoso tanto como orador como maestro de retórica. Fue autor de varios libros perdidos, pero mencionados en Suides: Ητορικαί, Περὶ ἐζεργασίας, Περὶ φράσεως, Περὶ σχηνάτων, y Περὶ πρέποντος. Pompeyo a su regreso de Asia discutió con un retórico de nombre Hermágoras en la isla de Rodas, y probablemente era el mismo, pero algunos historiadoras piensan que pudo ser Hermagoras Carió. Además de este supuesto episodio, uno de sus oponentes contemporáneo fue Ateneo, retórico griego, que definía la retórica como el arte de engañar , y eso último mencionado por Quintiliano .

Podemos decir que Hermágoras de Temnos es el retórico griego más importante de la Época Helenística : se le considera como vínculo entre las retóricas griega y romana. Se estableció en Roma donde alcanzó gran autoridad y fue un verdadero reformador de las ideas retóricas en la línea de Aristóteles y de los estoicos. Utilizó algunos elementos extraídos de otras doctrinas contemporáneas, particularmente del eclecticismo de la Academia.


Consideró la Retórica como una parte de la Lógica. Más que de la «elocución», Hermágoras se ocupó de la «disposición» que definió apoyándose en un principio básico: el de la «eficaz economía». Hermágoras dividió el objeto de la Retórica en dos partes: la «tesis», en la que se plantean las cuestiones generales, y la «hipótesis», en la que se exponen diversas controversias sobre casos particulares. Los latinos tradujeron el primer término como genus infinitum y el segundo como genus definitum. Ejemplos del primero son los tres géneros oratorios aristotélicos.

Esta bipartición en «tesis» y en «hipótesis», correspondiente a la distinción aristotélica entre los «lugares comunes» y los «lugares propios» o «específicos», reavivó el debate entre los rétores y los filósofos, quienes consideraban que el estudio de los argumentos generales constituía su patrimonio disciplinar exclusivo. La clasificación que establece Hermágoras de los discursos, basada en la noción de stásis (status causae), tuvo especial repercusión en el ámbito judicial y, en general, en los principales retóricos latinos. La primera división separaba el «género racional», que depende del sentido común, del «género legal», cuyo fundamento es la legislación en la materia.


De especial interés fue la descripción que hizo de las cua­tro situaciones que el orador debe conocer y dominar en cada caso (ya preconizadas en la Retórica aristotélica), las cuatro vías que debe seguir para identificar el asunto de la disputa: la «conjetura» -que se elabora a partir de la consideración del motivo y del carácter del acusado: ¿quién es el autor de la acción encausada?‑, la «definición» ‑que tipifica el hecho ¿es o no delictivo?: asesinato, robo, traición etc.‑, la «calificación» ‑que mide el grado de responsabilidad ¿con qué intención actuó?‑ y la «aceptación del procedimiento judi­cial» -¿compete a este juez entender este caso?-.  Hermágoras elaboró, además, una amplia e ilustrativa relación de temas claves para uso del orador. Aunque los criterios de división eran diferentes, esta clasificación de Hermágoras convivió, durante muchos años, con la tripartición aristotélica de los géneros. Gracias a su rica técnica casuística, fue muy utilizada en los estudios jurídicos y en la práctica judicial. A través de una traducción latina, influyó notablemente en el libro De rhetorica, de San Agustín.

Entre sus discípulos y seguidores debemos destacar a Ateneo de Naucratis quien, también heredero de la antigua Academia, considera la elocuencia como el arte de la mentira, ars fallendi. Por las fuentes latinas, como el llamado Anonymus Seguerianus, Quintiliano, Séneca, etc., nos ha llegado alguna información sobre las teorías retóricas de Apolodoro de Pérgamo y de Teodoro de Gádara. Los dos llenaron toda una etapa de la teoría retórica griega e influyeron notablemente en las generaciones posteriores, tanto romanas como griegas (Kennedy, 1972: 338‑342). Aunque jefes de escuelas rivales, ambos concedieron a la elocutio mayor importancia que a la dispositio.


No hay comentarios:

Publicar un comentario