Hermagoras de Temnos ( finales del siglo
II a. C. ) (Hermagoras, Ἑρμαγόρας) fue un destacado retórico griego del tiempo
de Cneo Pompeyo y Cicerón. Pertenecía a la escuela rodio, y fue famoso tanto
como orador como maestro de retórica. Fue autor de varios libros perdidos, pero
mencionados en Suides: Ητορικαί,
Περὶ ἐζεργασίας, Περὶ φράσεως, Περὶ σχηνάτων, y Περὶ πρέποντος. Pompeyo
a su regreso de Asia discutió con un retórico de nombre Hermágoras en la isla
de Rodas, y probablemente era el mismo, pero algunos historiadoras piensan que
pudo ser Hermagoras Carió. Además de este supuesto episodio, uno de sus
oponentes contemporáneo fue Ateneo, retórico griego, que definía la retórica
como el arte de engañar , y eso último mencionado por Quintiliano .
Podemos decir que Hermágoras de Temnos es
el retórico griego más importante de la Época Helenística : se le considera
como vínculo entre las retóricas griega y romana. Se estableció en Roma donde
alcanzó gran autoridad y fue un verdadero reformador de las ideas retóricas en
la línea de Aristóteles y de los estoicos. Utilizó algunos elementos
extraídos de otras doctrinas contemporáneas, particularmente del eclecticismo
de la Academia.
Consideró
la Retórica como una parte de la Lógica. Más que de la «elocución», Hermágoras
se ocupó de la «disposición» que definió apoyándose en un principio básico: el
de la «eficaz economía». Hermágoras dividió el objeto de la Retórica en dos
partes: la «tesis», en la que se plantean las cuestiones generales, y la
«hipótesis», en la que se exponen diversas controversias sobre casos
particulares. Los latinos tradujeron el primer término como genus infinitum y el segundo como genus definitum.
Ejemplos del primero son los tres géneros oratorios aristotélicos.
Esta
bipartición en «tesis» y en «hipótesis», correspondiente a la distinción
aristotélica entre los «lugares comunes» y los «lugares propios» o
«específicos», reavivó el debate entre los rétores y los filósofos, quienes
consideraban que el estudio de los argumentos generales constituía su patrimonio
disciplinar exclusivo. La clasificación que establece Hermágoras de los
discursos, basada en la noción de stásis (status causae),
tuvo especial repercusión en el ámbito judicial y, en general, en los
principales retóricos latinos. La primera división separaba el «género
racional», que depende del sentido común, del «género legal», cuyo fundamento
es la legislación en la materia.
De
especial interés fue la descripción que hizo de las cuatro situaciones que el
orador debe conocer y dominar en cada caso (ya preconizadas en la Retórica aristotélica), las cuatro vías que
debe seguir para identificar el asunto de la disputa: la «conjetura» -que se
elabora a partir de la consideración del motivo y del carácter del acusado:
¿quién es el autor de la acción encausada?‑, la «definición» ‑que tipifica el
hecho ¿es o no delictivo?: asesinato, robo, traición etc.‑, la «calificación» ‑que
mide el grado de responsabilidad ¿con qué intención actuó?‑ y la «aceptación
del procedimiento judicial» -¿compete a este juez entender este caso?-.
Hermágoras elaboró, además, una amplia e ilustrativa relación de temas claves
para uso del orador. Aunque los criterios de división eran diferentes, esta
clasificación de Hermágoras convivió, durante muchos años, con la tripartición
aristotélica de los géneros. Gracias a su rica técnica casuística, fue muy
utilizada en los estudios jurídicos y en la práctica judicial. A través de una
traducción latina, influyó notablemente en el libro De rhetorica,
de San Agustín.
Entre sus
discípulos y seguidores debemos destacar a Ateneo de Naucratis quien, también
heredero de la antigua Academia, considera la elocuencia como el arte de la
mentira, ars
fallendi. Por las fuentes latinas, como el llamado Anonymus
Seguerianus, Quintiliano, Séneca, etc.,
nos ha llegado alguna información sobre las teorías retóricas de Apolodoro de
Pérgamo y de Teodoro de Gádara. Los dos llenaron toda una etapa de la teoría
retórica griega e influyeron notablemente en las generaciones posteriores,
tanto romanas como griegas (Kennedy, 1972: 338‑342). Aunque jefes de escuelas
rivales, ambos concedieron a la elocutio mayor
importancia que a la dispositio.
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