Tanto en las cosas
pequeñas, como en las grandes, el emperador Claudio dio pruebas de carácter
feroz y sanguinario. Ante todo hacía aplicar el tormento y ejecutar sin
dilación a los parricidas, presenciando siempre las ejecuciones. En Tíbur
quería ver un suplicio a la manera antigua, y ya estaban atados al poste los
culpables; pero el verdugo no llegaba y Claudio tuvo la paciencia de esperar
hasta la tarde a que viniese uno de Roma. En los espectáculos de gladiadores
dados por él o por otro, hacía degollar a todos los que caían, aunque fuese por
casualidad, y especialmente a los reciarios, cuyo semblante moribundo gustaba
contemplar.
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