Tuvo tan pocas ansias de conseguir cualquier honor externo
que el día de su triunfo (a propósito de la destrucción de Jerusalén en 70 d.
C.), cansado de la lentitud y pesadez de la procesión, no pudo contenerse y
exclamó que se tenía bien merecido este castigo por haber ambicionado en su
vejez, de una forma tan insensata, un triunfo, como si se los debiera a sus
antepasados o él lo hubiera esperado alguna vez.
( Suetonio en "El divino Vespasiano")
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