Él, sin inmutarse, pide las
tablillas de su testamento; como el centurión se las niega, se vuelve a sus
amigos y les declara que, dado que se le prohíbe agradecerles su afecto, les
lega lo único, pero lo más hermoso que posee: la imagen de su vida; si se
acuerdan de ella, tendrán la reputación de hombres virtuosos como premio por
tan constante amistad. Al tiempo procura convertir su llanto en entereza, ya
hablándoles en tono llano, ya con mayor energía y como reprendiéndolos; les
pregunta dónde están los preceptos de la filosofía, dónde los razonamientos por
tantos años meditados frente al destino. ¿A quién había pasado desapercibida la
crueldad de Nerón?. Asesinados su madre y hermano - les decía- ya nada le
faltaba sino añadir a estas muertes la de su educador y maestro.
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