Voy a definiros la traición.
Hasta que entraron en vigor las nuevas leyes sobre los tribunales, había varias
clases de traición, desde el perduellio hasta la maiestas minuta; traiciones
grandes, traiciones pequeñas y traiciones medias, aunque todas ellas carecían
de auténtica especificidad. A partir de ahora, todas las acusaciones por
traición serán juzgadas en el quaestio de maiestate, el tribunal permanente
para traición. Las acusaciones de traición, como veréis en breve, se limitarán
casi exclusivamente a los que ostenten cargos de gobernador o tengan mando en
guerras extranjeras. Si un civil romano comete traición en Roma o Italia, será
objeto de un solo proceso que llevará a cabo una asamblea; será juzgado por
perduellio por las centurias, que le condenarán a la pena tradicional de
crucifixión en un árbol de mal agüero.
Todos éstos que enumero son
casos de traición:
-Un gobernador provincial que
abandone su provincia.
-Un gobernador militar que
permita a sus ejércitos cruzar la frontera provincial.
-Un gobernador provincial que
inicie la guerra por su cuenta.
-Un gobernador que invada el
territorio de un rey vasallo sin previo consentimiento del Senado.
-Un gobernador que intrigue con
un rey vasallo o cualquier poder extranjero para cambiar la situación de un
país extranjero.
-Un gobernador que reclute
tropas suplementarias sin autorización del Senado.
-Un gobernador que adopte
decisiones o publique edictos en su provincia que alteren la situación de la
misma sin consentimiento expreso del Senado.
-Un gobernador que no
permanezca en su provincia más de treinta días después de la llegada del sucesor
nombrado por el Senado.
Eso es todo. En el aspecto
positivo, señalaré que el que posea imperium seguirá teniéndolo hasta cruzar el
límite sagrado de Roma. Siempre ha sido así y lo confirmo.
Quizás algunos os preguntéis
para qué son necesarias todas esas reglas específicas. Pues os lo explico: a mí, que he hecho casi todo lo que figura en
la lista. ¡Estaba justificado!. Se me había privado ilegalmente de mi imperium y
mi mando. ¡Y lo que hago ahora es dictar leyes que impidan que nadie prive a
otro de su imperium y de su mando!. La situación no podrá volver a repetirse, y
los que lo hagan serán culpables de traición. No se puede consentir que nadie
piense en marchar sobre Roma o cruzar con su ejército la frontera de su
provincia en dirección a Roma. Esos tiempos han pasado. Y aquí estoy yo para
demostrarlo.
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