“Tenemos un régimen político que no emula las leyes de
otros pueblos; y más que imitadores de los demás, somos un modelo a seguir. Su
nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría,
es democracia. En lo que concierne a los asuntos privados, la igualdad,
conforme a nuestras leyes alcanza a todo el mundo, mientras que en la elección
de los cargos públicos no anteponemos las razones de clase al mérito personal,
conforme al prestigio de que goza cada ciudadano en su actividad; y tampoco
nadie, en razón de su pobreza, encuentra obstáculos debido a la oscuridad de su
condición social si está en condiciones de prestar un servicio a la ciudad.
En nuestras relaciones con el Estado vivimos como ciudadanos libres y, del
mismo modo, en lo tocante a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano,
nosotros no sentimos irritación contra nuestro vecino si hace algo que le gusta
y no le dirigimos miradas de reproche, que no suponen un perjuicio, pero
resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en
la vida pública, un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos
infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y
a las leyes, y principalmente a las que están establecidas ayudar a los que
sufren injusticias y a las que, aun sin estar escritas, acarrean a quien las
infringe una vergüenza por todos reconocida…
En el sistema de prepararnos para la guerra también nos distinguimos de
nuestros adversarios en estos aspectos: nuestra ciudad está abierta a todo el
mundo, y en ningún caso recurrimos a las expulsiones de extranjeros para
impedir que se llegue a una información u observación de algo que, de no
mantenerse en secreto, podría resultar útil al enemigo que lo descubriera. Esto
porque no confiamos tanto en los preparativos y estratagemas como en el valor
que sale de nosotros mismos en el momento de entrar en acción…
Nosotros no nos afligimos antes de tiempo por las penalidades futuras y,
llegado el momento, no nos mostramos menos audaces que los que andan
continuamente atormentándose; y nuestra ciudad es digna de admiración en estos
y en otros aspectos.
Amamos la belleza con sencillez y el saber sin relajación.
Nos servimos de la riqueza más como oportunidad para la acción que como
pretexto para la vanagloria, y entre nosotros no es un motivo de vergüenza para
nadie reconocer su pobreza, sino que lo es más bien no hacer nada por evitarla.
Las mismas personas pueden dedicar a la vez su atención a sus asuntos
particulares y a los públicos, y gentes que se dedican a diferentes actividades
tienen suficiente criterio respecto a los asuntos públicos.
Somos los únicos que a quien no toma parte en estos asuntos lo consideramos no
un despreocupado, sino un inútil (idiotez, el que no participa… idiota); y
nosotros en persona cuando menos damos nuestro juicio sobre los asuntos, o los
estudiamos puntualmente, porque, en nuestra opinión, no son las palabras lo que
supone un perjuicio para la acción, sino el no informarse por medio de la palabra
antes de proceder a lo necesario mediante la acción. También nos distinguimos
en cuanto a que somos extraordinariamente audaces, a la vez que hacemos
nuestros cálculos sobre las acciones que vamos a emprender, mientras que a los
otros la ignorancia les da coraje, y el cálculo, indecisión. Y es justo que
sean considerados los más fuertes de espíritu quienes, aun conociendo
perfectamente las penalidades y los placeres, no por esto se apartan de los
peligros.
También en lo relativo a la generosidad somos distintos de la mayoría, pues nos
ganamos los amigos no recibiendo favores, sino haciéndolos. Y quien ha hecho el
favor está en mejores condiciones para conservar vivo, mediante muestras de
benevolencia hacia aquel a quien concedió el favor, el agradecimiento que se le
debe. El que lo debe, en cambio, se muestra más apagado, porque sabe que
devuelve el favor no con miras a un agradecimiento sino para pagar una deuda.
Somos los únicos, además, que prestamos nuestra ayuda confiadamente, no tanto
por efectuar un cálculo de la conveniencia como por la confianza que nace de la
libertad.
Resumiendo, afirmo que nuestra ciudad es, en su conjunto, un ejemplo para
Grecia, y que cada uno de nuestros ciudadanos individualmente puede, en mi
opinión, hacer gala de una personalidad suficientemente capacitada para
dedicarse a las más diversas formas de actividad con una gracia y habilidad
extraordinarias...
Porque, entre las ciudades actuales, la nuestra es la única
que, puesta a prueba, se muestra superior a su fama, y la única que no suscita
indignación en el enemigo que la ataca, cuando éste considera las cualidades de
quienes son causa de sus males, ni, en sus súbditos, el reproche de ser
gobernados por hombres indignos.
Y dado que mostramos nuestro poder con pruebas importantes, y
sin que nos falten los testigos, seremos admirados por nuestros contemporáneos
y por las generaciones futuras, y no tendremos ninguna necesidad de un Homero
que nos haga el elogio ni de ningún poeta que deleite de momento con sus
versos, aunque la verdad de los hechos destruya sus suposiciones sobre los
mismos; nos bastará con haber obligado a todo el mar y a toda la Tierra a ser
accesibles a nuestra audacia, y con haber dejado por todas partes monumentos
eternos en recuerdo de males y bienes. Tal es, pues, la ciudad por la que estos
hombres han luchado y han muerto, oponiéndose noblemente a que les fuera
arrebatada, y es natural que todos los que quedamos estemos dispuestos a sufrir
por ella”.
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