Pocos son los datos sobre él. Nació a comienzos del
siglo IV después de Cristo en Junin, Siracusa. Fue senador romano y por un
tiempo abogado, pero abandonó la profesión a causa de los enemigos que le
acarreaba y para dedicarse a los estudios humanísticos. Escribió Matheseos
libri VIII y casi diez años después, convertido al cristianismo, el De errore
profanarum religionum.
Los Matheseos libri octo fueron escritos entre el 335
y el 337, según Mommsen, con el
título De Nativitatibus sive Matheseos libri VIII, y fue dedicada al gobernador
de la Campania Lolliano Mavorcio. Constituye el más vasto tratado de
astrología de la Antigüedad, fruto de experiencias y estudios en el saber del
neoplatonismo.
El primer libro resulta interesante en cuanto que, a
diferencia de los otros siete, de contenido exclusivamente técnico, contiene
una verdadera y propia apología moral de la astrología, ciencia caída en
sospecha y recelo inevitablemente para los cristianos, pero ampliamente
practicada en el tiempo del autor por influjo de la especulación neoplatónica.
Afirma que la influencia de los astros se ejercita sobre la parte divina del
alma humana y que sólo un alma pura y libre de todos los pecados puede apoyarse
en la astrología, disciplina que pone en constante contacto con la divinidad.
Se demuestra por la importancia de los astros en
determinar la vida humana y la súplica de la historia del mundo hasta la edad
de Saturno a la luz de tal principio. Y los restantes libros esparcen diversas
nociones técnicas relativas a la materia, con un estilo compilativo que sin
embargo rinde cuentas como síntesis de una larga tradición precedente.
Si esta primera obra mostraba ya a un autor como un
alma naturalmente cristiana, no sorprende su consiguiente conversión al
Cristianismo, de la cual ignoramos causa, lugar y fecha. No hay otro inequívoco
testimonio que su obra apologética De errore profanarum religionum, escrita
entre el año 346 y el 350.
La tradición del texto se reduce a un único
testimonio: un códice Vaticano-Palatino del siglo XI acéfalo (falto del
principio): la parte restante comienza reseñando los cultos naturalistas a los
elementos y demostrando su absurdo. Considera después que los cultos de origen
oriental que eran antaño más practicados fueron asumidos por los paganos: los
Misterios de Isis, Cibeles, Mitra, el culto de los Coribantes, de Adonis y
otros. Aplica los principios de Evémero de Mesene para demostrar que
todas esas divinidades no son otra cosa que hombres ensalzados después de su
muerte hasta alcanzar honores celestiales y de cuyos pecados los hombres se
sirvieron para justificar los propios.
Con algunas fantasías etimológicas (por ejemplo,
Serapis es hecho derivar de Σάρρας παίς,
"el hijo de Sara", esto es, José) intenta explicar los orígenes de
algunos seres a partir de textos bíblicos. En los capítulos siguientes ofrece
noticia de las frases y fórmulas usadas en los códices usados en las religiones
mistéricas vinculándolas a las fórmulas bíblicas.
La lengua del autor aspira a la pureza del
clasicismo, pero no se sustrae a incluir vocablos de su época, abusando
bastante de la expresión retórica, el énfasis y las incursiones en la prosa
poética. El uso de cláusulas métricas lo vincula a la tradición oratoria
cicieroniana. El estilo de la obra reclama ser vecino del de los africanos Tertuliano
y Arnobio, y recurre voluntariamente a la irrisión y el sarcasmo.
En sus obras resalta el fanatismo casi feroz con que
el autor exhorta a los emperadores Constante y Constancio II a perseguir
sin piedad a los secuaces del Paganismo.
Se deduce de su obra cuál debía ser el
estado de ánimo en muchos cristianos, particularmente los neófitos, en el breve
tiempo entre las sangrientas persecuciones de Diocleciano y el Edicto de
Milán.
Hoy su obra apologética es considerada de particular
interés para la historia de las religiones, ofreciendo material de primera mano
y plausible sobre los cultos mistéricos practicados en Sicilia en época
tardoimperial.
El cráter lunar Firmicus lleva este nombre en su
memoria.
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