Tal fue la repentina
humillación de Pompeyo tras su derrota a manos de César en la batalla de
Farsalia en 48 a. C., que cuando se refugió en la cabaña de unos pescadores,
tuvo que quitarse él solo las sandalias, porque ya no le quedaba ningún
esclavo.
( Plutarco en
"Vida de Pompeyo")
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