Cuando, por primera vez,
se nombró un dictador en Roma, cayó gran temor en el pueblo al ver las hachas
que potaban delante de él y pusieron en adelante más cuidado en obedecer sus
órdenes. Porque no había, como en el caso de los cónsules, en que cada uno de
ellos tenía la misma autoridad que el otro, ninguna posibilidad de obtener la
ayuda de uno contra el otro, ni había derecho de apelación alguno, ni en lo
inmediato había seguridad más que en la obediencia estricta.
( Tito Livio)
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