Era
César muy diestro en el manejo de las armas y caballos y soportaba la fatiga
hasta lo increíble; en las marchas precedía al ejército, algunas veces a
caballo, y con más frecuencia a pie, con la cabeza descubierta a pesar del sol
y la lluvia…
Se
duda si fue más cauto que audaz en sus expediciones. Por lo que toca a las
batallas, no se orientaba únicamente por planes meditados con detención, sino
también aprovechando las oportunidades…
Se le
vio frecuentemente restablecer él solo la línea de batalla; cuando ésta
vacilaba, lanzarse delante de los fugitivos, detenerlos bruscamente y
obligarlos, con la espada en la garganta, a volver al enemigo…
Apreciaba
al soldado sólo por su valor, no por sus costumbres ni por su fortuna, y le
trataba unas veces con suma severidad y otras con gran indulgencia… Algunas
veces, tras una gran batalla y una gran victoria, dispensaba a los soldados los
deberes ordinarios y les permitía entregarse a todos los excesos de
desenfrenada licencia, pues solía decir que «sus soldados, aun perfumados,
podían combatir bien». En las arengas no les llamaba «soldados», empleaba la palabra
más lisonjera de «compañeros»
No hay comentarios:
Publicar un comentario