Por favor, mi dulce Ipsitilia, objeto de mis delicias y de
mis pasatiempos, invítame a que vaya a tu casa a pasar la siesta. Y si lo haces
hazme este favor: que nadie eche el cerrojo de la puerta y a ti que no se te
ocurra salir. Quédate en casa y prepárate para echar nueve polvos seguidos.
Pero si piensas hacerlo, invítame ya de una vez. Pues estoy recién comido
tumbado aquí boca arriba y soy capaz de atravesar la túnica y el manto.
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