Que los dioses confundan al que inventó las horas y puso en
esta ciudad un reloj de sol cortándome el día en trocitos bien ordenados.
Cuando era un niño, el único reloj que tenía era mi estómago, mucho mejor y más
fiable que cualquiera de ésos. Siempre me avisaba de comer, excepto cuando no
había nada que echarse a la boca. Ahora que lo hay, no se come si no lo manda
el reloj. Pues bien, ahora que la ciudad está llena de relojes, la mayor parte
de la gente se arrastra por el suelo muerta de inanición.
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