[…] su mujer se negaba a marchar,
protestando que era descendiente del divino Augusto y que ante los peligros no
se mostraría una degenerada. Al final, abrazándola con gran llanto a ella y al
hijo común logró convencerla de que partiera. Allá marchaba el triste cortejo
de mujeres: la esposa del general convertida en una fugitiva, llevando en
brazos a su hijo pequeño; en torno a ella las esposas de los amigos… Unas
mujeres ilustres, sin un centurión para guardarlas, sin un soldado, sin nada
propio de la esposa de un general, sin la habitual escolta, se marchaba a
tierra de los tréveros para confiarse a una fe extranjera. Empezaron entonces a
sentir vergüenza y lástima… Le suplican, se plantan ante ella, le piden que
vuelva, que se quede, rodeando unos a Agripina y volviendo los más al lado de
Germánico…
( Tácito )
No hay comentarios:
Publicar un comentario