Volvía Octaviano a Roma
muy ufano de su victoria en Accio, y entre los que venían a felicitarlo se le
acercó uno con un cuervo en la mano, al que había enseñado a decir: "Ave, Caesar, victor imperator! ( ¡Ave,
César, general victorioso!). Admirado César Octavio, compró aquel pájaro tan
ingenioso por veinte mil sestercios. Un compañero del adiestrador del pájaro,
que no se había visto beneficiado de semejante derroche de liberalidad, dijo a
César que el individuo en cuestión tenía además de ese cuervo otro, y le
sugirió que mandara que se lo trajeran. Una vez ante su presencia, el pájaro
pronunció las palabras que le habían enseñado a repetir: "Ave, victor
imperator Antoni!" ( ¡Ave, general victorioso, Antonio!)
( Macrobio, en
Saturnales)
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