Mi
hija ha vuelto al país, César. Estoy segura de que sabrás que Lucio Licinio
Lúculo ha llevado con éxito la guerra contra Mitrídates y que ya hace un año
que combate en Ponto. Entre las muchas fortalezas del rey, Cabeira tenía fama
de ser la más inexpugnable, pero este año la tomó Lúculo y en ella encontró toda
clase de cosas horripilantes; las mazmorras estaban llenas de presos políticos
y parientes a quienes había
torturado o utilizado como víctimas para sus experimentos con venenos. No quiero
hablar de cosas tan horribles porque soy muy feliz.
Entre
las mujeres que Lúculo halló allí estaba Nisa. Llevaba presa casi veinte años y
ahora regresa con más de sesenta. Sin embargo, Mitrídates la había tratado bien
para lo que él es, pues la tenía en las mismas condiciones que al grupo de
esposas secundarias y concubinas que se alojaban en Cabeira. También tenía
recluidas a unas hermanas suyas a quienes no quería casar para que no tuvieran
hijos, así que mi pobre hija ha vivido bien acompañada de mujeres solas, pues
como el rey tiene tantas esposas y concubinas, las de Cabeira han vivido como
solteronas durante años. Una colonia de doncellas viejas.
Cuando
Lúculo las puso en libertad, fue muy amable con todas y tuvo buen cuidado de que
ningún soldado las ultrajase. Según me ha contado Nisa, procedió como Alejandro
Magno con la madre, esposas y otros miembros del harén del rey Darío. Creo que Lúculo
envió a las mujeres de Ponto a su aliado de Cimeria, el hijo de Mitrídates
llamado Macares.
A
Nisa la dejó con plena libertad en cuanto supo quién era. Pero lo que es más,
César, la cargó de oro y obsequios y me la devolvió con una escolta que había
jurado honrarla. ¿Puedes imaginarte el placer de esta mujer vieja, que nunca ha
sido muy hermosa, viajando por el campo libre como un pájaro?
¡Ah,
volver a verla! No sabía nada hasta que la vi cruzar la puerta de mi villa en
Rheba, radiante como una jovencita. ¡Cómo se alegró de verme! Se ha hecho
realidad mi deseo y he recuperado a mi hija.
Y ha
llegado a tiempo. Mi querido perro Sila murió de viejo un mes antes de su
llegada y estaba desesperada. Los criados no sabían qué hacer para convencerme
de que tuviese otro; pero ya sabes como son las cosas. Piensas en las gracias y
maravillas del animal querido, el lugar que ha ocupado en tu vida y parece una
traición enterrarlo y sustituirlo por otro. No digo que esté mal hacerlo, pero
tiene que pasar un tiempo para que el nuevo adquiera personalidad, y mucho me
temo que habré muerto antes de que mi nuevo perro tenga arraigadas
características propias.
¡Pero
ahora no hay que morirse! Nisa lloró al saber de la muerte de su padre, naturalmente,
pero las dos vivimos encantadas y con gran armonía; pescamos con caña en el
muelle y paseamos por el pueblo para hacer ejercicio. Lúculo nos invitó a vivir
en el palacio de Nicomedia, pero hemos decidido quedarnos aquí. Y tenemos un
cachorro precioso que se llama Lúculo.
¡Por
favor, César, procura hallar tiempo para viajar de nuevo a Oriente! Me gustaría
que conocieras a Nisa, y yo te hecho mucho de menos.
( C.
McC. )
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