Las
celebraciones por los triunfos por Egipto, Asia Menor y África siguieron en
rápida sucesión,
ninguna tan espectacular como la de la Galia, pero todas muy por encima de la
media. El triunfo de Asia incluía un carro que mostraba a César en Zela rodeado
de todas sus coronas: sobre esta escena había un gran cartel bellamente escrito
donde se leía: VENI, VIDI, VICI.
La celebración por el triunfo de África fue la
última, y la que obtuvo menos aprobación por parte de la elite romana, porque
César, dejando que su indignación se impusiera a su sentido común, utilizó los teatrillos
de los carromatos para escarnecer al alto mando republicano. Allí aparecían
Metelo Escipión abandonándose a la pornografía, Labieno mutilando soldados
romanos, y Catón bebiendo vino.
Los
triunfos no fueron el final de los entretenimientos extraordinarios de ese año.
César organizó
también unos magníficos juegos funerarios por su hija, Julia, que había contado
en vida con el afecto del pueblo de Roma.
Había crecido en Subura rodeada de
personas sencillas, y nunca se situó por encima de ellas. Por eso la habían
incinerado en el Foro romano, y por eso sus cenizas yacían en una magnífica
tumba del Campo de Marte, un hecho insólito.
Se
representaron obras en el teatro de piedra de Pompeyo y en los escenarios provisionales
levantados allí donde había espacio suficiente; gozaban de gran popularidad las
comedias de Plauto, Enio y Terencio, pero a la gente le gustaban más las
sencillas farsas atelanas. Se trataba de unas pantomimas llenas de personajes ridículos
con máscaras. No obstante, debían tenerse en cuenta todos los gustos, así que
un pequeño espacio se reservó para los elevados dramas de Sófocles, Esquilo y
Eurípides.
César
instituyó asimismo un certamen para la presentación de nuevas obras y ofreció
un generoso premio para el ganador.
Mejor
sería que Salustio se hubiera dedicado a eso. Había tenido que abandonar el
cargo de gobernador en la provincia de África tras haberla desvalijado sin
pudor. El asunto llegó a oídos de César, quien pagó personalmente millones para
compensar a los plutócratas del grano y el comercio agraviado. Y sin embargo
César seguía sintiendo simpatía por Salustio.
Los
juegos funerarios de Julia no se redujeron a obras de teatro. César cubrió con
una carpa todo el Foro romano y su Foro julio, y ofreció combates de
gladiadores, espectáculos con bestias salvajes, luchas entre prisioneros de
guerra condenados, y exhibiciones de la última moda marcial, los duelos con
espadas largas y finas inútiles en una batalla.
Tras
lo cual ofreció un banquete público en nada menos que veintidós mil mesas.
Entre las exquisiteces se incluían seis mil angulas de agua dulce que tuvo que
pedir a su amigo Lucilio Hirro, que se negó a cobrárselas. El vino corrió como
el agua, las mesas rebosaban comida y quedaron sobras suficientes para que los
pobres se llevaran a casa sacos enteros para completar su dieta durante mucho
tiempo.
( C.McC.)
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